Resulta que estábamos estudiando para un examen de matemáticas y la única forma era estar toda la noche estudiando. Para ello compramos jugos en sobre, para beber y mantener el azúcar alto a fin de no dormir además de cigarros, pero se nos olvidó lo más importante. ¿Qué comemos?. Pensamos los tres, que por tratarse de Santiago centro, algo debía estar abierto. Nada. Era como si hubiera llegado la peste, nadie quería estar aquí cuando arreciara, nos sentimos algo molestos porque no sucedía nada sólo locales con cortinas cerradas, seres nocturnos que nos miraban como si quisiéramos arrebatarles la noche, caminábamos con un poco de tensión excepto Javier que vivía ahí. Lógico, no todos los días caminas por barrios peligrosos de noche y sin poder salir de ahí. Aunque se trataban de simples calles, el hecho de que hasta sólo unas 2 horas por allí hasta pasaban micros repletas de gente y ahora sólo nuestras sombras y los basureros nos acompañaban, daba un poco de escalofríos.
Ya estábamos lo bastante lejos de casa, y de cualquier lugar donde vendieran algo de comida, cuando vimos un minimarket abierto. Creo que exagero al decir que sentí lo mismo que cuando rescatan a un náufrago. Gente y comida. Sólo que el cajero nos miró con cara de espanto e hizo un ademán de recoger algo de un lado (obviamente no era una escoba) y sólo se tranquilizó cuando preguntamos si había pan.
La gente del lugar que también compraba, volvió a lo suyo mas tranquila. Pensé que era un gesto de desconfianza sólo por nuestro aspecto y ropas, pero al poco rato sentí lo mismo cuando entraron dos tipos a comprar. Es verdad, Santiago de noche es un castillo del horror sicológico. Años de bombardeo televisivo sobre los peligros de la noche tuvieron su efecto en mí esa noche. Era como si al salir de ese local iluminado nuestras vidas pendieran de un hilo finísimo, casi como caminar sobre la hoja de un cuchillo.
Pero era una sensación extraña. La noche siempre es atrayente, más aún si lo que te atrae es desconocido. Encendimos un cigarro cada uno y nos fuimos a casa, como si esperáramos algo en el camino.
Sólo los tres y la calle. Que importaba si lo que compramos estaba malo. Mandemos todo a la mierda. La noche es de nosotros, que el profesor explote en su casa por el gas. Esperamos más de Santiago.
Como sea. Esa sensación sólo dura lo que dura un cigarro, o hasta que ves a un desconocido en la vereda del frente que te mira las bolsas de comida, como un pirata ve el tesoro de su capitán. Cuando te cruzas con seis tipos con peor aspecto que tú y esperas que seas el último en que ellos se fijen. Sólo regreso cuando vimos a un motociclista correr a todo lo que da su máquina parado en su rueda trasera por dos cuadras.....el también buscaba una panadería a medianoche.