Tenia todo el tiempo del mundo. Bastaba con mirarle a los ojos para darse cuenta que era por lo menos treinta años más joven que su cédula. Cuando me sentaba en su canto, el recuerdo de otro que había estado antes de mi en su regazo le invadía la cabeza,el recuerdo de alguien mas que había estado en su vida, aquel lugar en el que se perdía el tiempo. Seguramente cuando sentía mi presencia despertaba de la muerte, apreciaba la distancia nula que nos separaba, cuando tocaba mi cabello y como parte de un conjuro se le paseaban por el frente todos aquellos recuerdos que se habían perdido igual que yo, por que por segundos hablaba del pasado con los ojos bien abiertos, como si los estuviera viendo en las paredes de su dormitorio, hablaba de sus hijos de sus nietos y de los bisnietos que no podría conocer.
Pero si tenia todas las horas del mundo para decirme tantas cosas, ¿Por què nunca termino de contarlas?. Un canasto que yo le llevaba cada vez que podía, lleno de manzanas verdes adornaban su mesa; nunca uso el comedor, siempre comía en la cocina incluso cuando estaba sola. Al comedor solo iba a leer de esas lecturas dominicales que le gustaba coleccionar, de esas que dan a la salida de la iglesia; ella usaba todas las tardes y todo el tiempo en repasar las lecciones, las oraciones de moda, las rogativas del papa, y por supuesto las salves. Incluso cuando hacia los oficios en la cocina cantaba los coros de iglesia, como un mecánico cantando rancheras en su taller. Era una niña vanidosa, exhibía sus canas con tal decoro que muchas nietas quedaban tentadas en teñirse el cabello de blanco, era una bebe preciosa que le temía al frío como a su más fiel enemigo, cubría sus piernas con unas medias largas de lana, su cabeza y todo su cuerpo lo rodeaba con una cobija que paseaba por toda la casa, detestaba al frío, no le gustaba tocarse y sentirlo, se ponía triste y colocaba a hervir agua para darnos café, se callaba por horas y hablaba por segundos. Ahora todos detestamos el frío, mi abuela en su vida no hablo tanto como después de su muerte, si tan solo me hubiese dicho que no le gustaban las manzanas.
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