Centrémonos en lo que me interesa: el asunto es muy sencillo, no sé ni siquiera por qué estoy tomándome el trabajo de explicártelo: esto no debía pasar de una mera formalidad. La idea era sólo que estuvieras al tanto de que he decidido suprimirte de mi pequeña lista de amistades. Y no, la verdad que no me esperaba semejante reacción desproporcionada. Ingenuamente, supuse que comprenderías la lógica estética que me lleva a esta decisión. Tu sabes que no es glamoroso que una lista de amistades tenga a más de tres personas con el mismo nombre. Y bien, entre los tres Ramiro que conozco sos el que menos me interesa. ¡No es tan difícil de comprender! ¡Vamos! Tú mejor que nadie sabes que no tienes siquiera un dejo de intriga que me motive a llamarte para invitarte unas copas. Y, además, si ambos hacemos memoria, caeremos en la cuenta de que nuestra relación se basó en apenas unos cuantos encuentros casuales. Nada atribuible a eso que el new age de las relaciones llama construcción. En fin, esto ni siquiera tenía que ser una despedida, que para cosas arcaicas ya tenemos a demasiados intelectuales dando vueltas. Vamos, niño, como diría alguna de esas cursis canciones de radio: vete ya a volar y continúa con tu vida. Que aquí yo seguiré feliz con la mía. Estúpidamente feliz.