La Otra Realidad
María estaba cansada, había caminado durante más de una hora, pero al fin dio con la dirección. Eran alrededor de las nueve, la reunión pronto daría inicio.
Miró al viejo edificio y subió la escalinata, no importaba el cansancio, lo más importante era su próximo encuentro con la otra realidad.
Al fin tocó a una puerta sucia y vio que era ruidosa. Tras ella apareció un cansado rostro de enigmática sonrisa. María entró, el lugar era limpio, pero no tanto como sus deseos de conocer lo que pocos conocían.
La edificación del ser parte de las profundidades del espíritu, oyó un día decir a su abuela, la infantil mente se impresionó entonces, pero era hasta ahora cuando se decidía a comprobarlo. Una reunión esotérica, ¡cuánto interés y cuánta curiosidad sentía! Y ahí estaba, en una umbría estancia, entre unas cuantas personas, entre desconocidos.
Y pasó un señor al frente y habló, y dijo muchas cosas, pero María no comprendió todo, había frases completas que oía sin digerir, su nerviosismo la distraía, las palabras eran ofuscadas por su inquietud. Sólo percibía frases deshiladas, no parecían tener sentido, pero el organizador seguía hablando, hablando…
Entre tanta palabrería algo captó: que había que meditar, introvertirse hasta llegar al fondo de sí mismo, porque ahí, en el fondo, se encontraba el tesoro oculto: la verdad. La propia verdad.
El silencio y el ayuno eran esenciales. Era necesario que el espíritu dominase al cuerpo de tal manera que ese autodominio físico llevara al autodominio mental y espiritual. María había comprendido algo de lo tratado en la primera sesión.
El sol volvía a salir, movía sus rayos candentes en torno a su memoria. María recordó que esa noche, una vez más…
Que había siempre que buscar en el fondo, en la esencia y no en la forma. Que el logro de la superación espiritual consistía en una actitud interior. Ver más allá, ir más allá, buscar más allá de lo aparente.
A excepción de lo que alguna vez oyó decir a su abuela, María nunca antes había siquiera pensado en lo que significaba el vivir normalmente (¿normalmente?) como ella lo hacía.
Que el hombre debe traspasar sus debilidades, sus ataduras mentales, espirituales, su forma mecánica de vivir, dejar de ser una máquina, convertirse en un ser libre.
No había pensado antes en su esclavitud. Esclava del hábito, esclava de sus ideas, esclava del mundo exterior, esclava de…
María durmió esa noche bajo un cielo distinto, bajo un cielo despejado, un cielo como el que pocos poseían.
Ella estaba abajo y el cielo arriba, y era así, lo que estaba abajo era tal y como lo que estaba arriba, uno y otro. Ahí había libertad.
La tercera sesión se acercaba, el edificio le resultaba cada vez más familiar. ¿No era acaso aquel que conocía de toda la vida? Así le pareció al llegar la tercera velada.
Esta noche continúa la plática, ahora es una dama quien dirige la sesión. Ella habla mucho también. Pero sus palabras son un tanto confusas. La verdad del hombre dentro de sí mismo; el origen divino del ser humano al cual debe regresar después de… ese día. El último.
Pero para lograrlo se requiere de una previa preparación. Trabajo interior para regresar al Todo, del que todo proviene.
María durmió buscando dentro de sí su verdad única y personal y su cielo era libre y su sueño transparente.
Volvió a ver al sol.
Ahora hablaría, hablará otro experto en la materia, de cambios drásticos. De pensamientos. Del don de vivir la libertad. De limpiar el espíritu. De vivir el hoy y el mañana como un continuo presente, sin división de tiempo.
María quiere, querrá cambiar, dominar sus pensamientos, controlar cada acción, vivir en un eterno presente, limpiar su interior.
El sol regresará, siempre regresa, como María.
Una vez más, la última. El edificio, la escalinata, la gente, todo igual, todos iguales. Todos menos ella, menos María.
Sentía el cambio, su superación espiritual, era como el despertar de un largo, pesado sueño.
El trabajo sobre sí mismo, el trabajo metódico, continuo. La liberación de toda clase de ataduras. Ser libre de cualquier dependencia material. El espíritu libre del ser mismo. La mente abierta y siempre en vela. Eso se dijo, eso entendió.
Y aquella noche María se sumió en un sueño suave, dulce, tenía el cielo sobre sí y era igualmente libre. Su cuerpo descansaba. Su mente velaba. Su espíritu sólo ansiaba libertad.
El sol salió, movió sus rayos en torno a María. María seguía soñando y entonces el sol decidió permanecer junto a ella. Junto a María.
Texto ganador del VIII concurso universitario de cuento Universidad autónoma de Querétaro, 1991.
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