Nunca pensaste que pasaría, te creías joven y con buena salud como para esas cosas, que iluso fuiste; en tu confianza estuvo tu perdición.
¿Recuerdas aquel día?, miércoles por la mañana, te encontrabas trabajando en la oficina, algo rutinario para ti cuando “él” llego. Lo primero que sentiste fue un fuerte dolor opresivo en el pecho mientras un sudor frió comenzó a recorrerte la frente y tu cabeza se llenaba de confusión, poco a poco esa sensación extraña se extendió hacia tu brazo izquierdo, no sabias que pensar ante lo inevitable, así que te negaste al hecho:
-¡esto no me puede estar pasando!
Pero un nuevo embate te regreso a la realidad, te estabas infartando.
Historia aburrida te parece, ¡Que bueno!, es la narración de tu muerte; cuando tuviste plena conciencia de tu situación un intenso temor se apodero de ti, mientras una gran ansiedad carcomía tu cerebro, sabias que el fin se acercaba. Todo tu vida paso ante tus ojos, pensaste en tu familia, quisiste reprocharle a Dios y no supiste como, te preguntaste ¿por qué tu?, ¿por qué a ti?, y nadie tuvo la gentileza de responderte. Por primera vez experimentaste la fragilidad de la existencia, te parecía absurdo que algo tan simple acabara contigo y sin embargo era tan real como tu.
Intentaste tomar el teléfono pero el dolor te lo impido, solo lograste caer al suelo sobre la alfombra que tantas veces habías pisado y allí tendido quedo tu cuerpo en sus últimos instantes, querías poner tu mente en blanco y el miedo no te dejo; esperabas que de un momento a otro apareciera ese túnel blanco que tantas veces habías visto en las películas o en la TV., ese túnel que suele aparecer cuando uno muero, nada más falso durante tu muerte, en realidad solo obtuviste fue un vació impensable acompañado de la una soledad que te causo escalofríos, después tu alma ya no era, ya no estaba.
Encontraron tu cuerpo dos horas después, el diagnostico: infarto al miocardio.
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