En mi habitación por algún rincón se encuentra mi cofre del tesoro. No tiene oro ni joyas, pero es ahí donde guardo mis tesoros personales, los cuales son muy importantes para mí, porque muchos guardan hermosos recuerdos.
Me siento en el suelo del balcón del segundo piso de mi casa y abro mi cofre, todo sigue igual, mis tesoros guardados con mucho cuidado para no perderlos nunca, cada uno de ellos con una historia especial. Como un manojo de cartas atadas con una cinta color verde olivo, todas escritas por la persona que más quiero, a pesar de que él está muy lejos de igual forma lo siento a mi lado todos los días. Aprovecho que hoy recibí una carta suya, la dejaré con las otras para no perderla jamás; miró las otras y veo que algunas ya están muy frágiles de tanto tiempo escritas, en resumen ha pasado mucho tiempo desde la primera que recibí.
También tengo otro manojo de cartas, pero estás son más, de mi mejor amiga Anna, mejor dicho, casi mi única amiga, como ella y yo no siempre nos vemos o no podemos decir nuestras cosas más privadas, me deja una carta y yo la leo en mi sala de clases. Se podría decir que es una especia de correspondencia entre las dos.
Pero en mi cofre no solo hay cartas, también tengo algunas conchas guardadas en una pequeña bolsita, todas recolectadas en el último verano, cada día mientras me mojaba los pies en el mar, en ese momento no sentía lo fría que estaba el agua, solamente corría de aquí para allá buscando junto con otros niños, en la arena, en las rocas, etc.
Pronto me doy cuenta de que está atardeciendo, pero no le doy mucha importancia, tampoco a la corriente de aire helada, mi mente sólo se concentra en cada recuerdo que viene con cada tesoro que miro.
Enseguida saco mi “Diario de Vida” que escribí cuando tenía tan solo 13 años, al leerlo es como si volviese a tener esa edad y me encontrase en la escuela primaria junto con mis ex-compañeros en la mañana temprana, oír el timbre que anuncia el recreo y verme a mí misma bajando por las escaleras para ir a la biblioteca a la que yo consideraba en ese tiempo: “El hermoso palacio mágico” o simplemente ir a charlar con algún profesor o profesora. Recuerdo que en aquellos días me sentía atraída por el profesor de Historia, no sólo yo, la mayoría de las chicas del colegio, pues era el profesor más agradable de toda la escuela. Hoy en día solamente lo veo como un gran amigo al cual suelo ver cuando visito la escuela después de haberme graduado.
Por último algunas pequeñas cosas como un mapa de Roma que me dio mi tío al volver de su viaje por Europa, me gusta observar aquellos paisajes y pensar que algún día viajaré por esos lugares que se ven muy bonitos; unos dibujos de paisajes que hice junto con algunos poemas que copie de un libro para leerlos siempre y unos pequeños cuentos que también copie y que al leerlos me acuerdo de mi infancia, de cada noche en la cual antes de dormirme mi mamá me leía algún libro.
Como dije antes, mi cofre no tiene oro ni joyas, pero tiene algo muy valioso para mí: Recuerdos, de los más hermosos que he tenido en mi corta vida. No siempre vienen buenos recuerdos, así que para no perderlos guarde algo que siempre alegrará mi corazón en mis momentos más difíciles.
El frío aumenta y ahí recién me doy cuenta, de inmediato guardo mis tesoros, los meto con cuidado en mi cofre y me entro a mi habitación. Por último cierro la tapa y lo dejo en su escondite, no quiero que nadie lo vea, no confió en mi familia paterna y si lo vieran me molestarían de “Romántica” y se burlarían a mis espaldas como casi siempre lo hacen.
Ya asegurado bajo para servirme la cena junto con mi mamá y con mi hermanita.
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