El reloj es un disturbio. Mi imaginación es un eco, retumba. A cada tic una imagen, a cada tac un pensamiento. Desistí del reposo y se me hizo otra noche de lentos pestañeos y tres horas de sueño. Se derritió la dorada lamparita por toda la nada, y mis ojos no se turbaron. Yo mordía toda la noche, y le queda bien ese esplendor. [No hay nada de antiesencial en el negroamarillo]
El deleite es ese instante, en que uno está en el borde de esa habitación afable tenue iluminada. El otro lado es el silencio de la conciencia en el movimiento monótono. Como ser un tren. Pero mordiendo. Mordiendo la conciencia.
Los ojos se me pegaban hasta que estalló debilmente la luz sobre ellos. Ahí me sentí cómodo, agradable, placentero muy placentero, como la tibieza de una ducha. La nada de lo negro no es fría como podría pensarse. Está recortada por la luz, apenas, pero eso no es. Ella está bien así, de todas formas no sería fría. Es un detenerse. Por un momento no sentí la carne. Si me preguntasen si tengo frío o calor, no sabría decirlo. Quizá preguntaría cómo es cada uno.
No diría que yo estoy atrás. Al contrario, estoy acá, bien adelante. Bien sobre la piel, pero sin piel, sin sensibilidad, como mordiendo con los dientes. Ahí.
Por un momento me perdí, me diluí, como la luz, o la oscuridad. Pero no. Y además no es como quedarse dormido, es distinto. Para dormir, la carne tira y exige estar cómoda. Para diluirse, es muy distinto, la cosa se va se va, y de pronto no hay comodidad ni molestia. Hasta que se cae. Yo caí.
A veces se cae ahí adelante. Generalmente no. Se cae a la piel, a la carne, a la completa-conciencia-habitual-humana-diaria. Ahí atrás. Pero yo me caí afuera. Sobre la piel. La molestia de la carne está lejos. ¡Ni eso!,...siquiera sería pensable su haber existido. Soy-sin-carne.
Estoy en el aire el puro espíritu. El puro dirigir. El puro ser. Soy el puro ser. Ser es ser el puro ser. Soy pura conciencia, pero no de mí, sino del aire, del ser. Soy. Rotundo. Mordiendo, con los dientes, contundentes.
Se cayó sobre los ojos como tropezar o un relámpago que estalla lejos y sacudo la cabeza, y la carne va volviendo, de a poco, como cautiva que se deshace de las cadenas y se cerciora de sus muñecas liberadas, a ver si sirven si están bien, desconfiada pero apropiándose de lo que por costumbre y no por derecho es suyo, como acomodándose a un viejo traje olvidado en el placard. |