Ya me he destendido de la cama y acabo de soplar un cigarro con tal fuerza que los pulmones los he sentido irritarse poco a poco hasta volverse a calmar, me he preparado el café y apagué el primer cigarro; y camino del baño a la habitación, que está desordenada, sin ánimos pero sin sueño y me prendo el segundo cigarro y lo soplo más despacio y vuelvo a recordar que soñé contigo Mariana, otra vez. Me huelo la boca y he sentido tu aliento, tu beso colgándome de la lengua, como si eso fuera posible.
Hace tanto lo nuestro, que ya no me produce un remordimiento no estar contigo o estar lejos, sino me sorprende recordar tu aliento, tener un sueño contigo en una casa de madera en un lugar que nieva y qué se yo, que hagamos la chimenea y que se deje de sentir el frío.
Otra vez camino del baño a la habitación; y regreso a la cocina, soplo un cigarro, una vez más la taza negra llena de café, del mismo café, siempre, con el mismo azúcar, el agua, la cuchara... Todavía guardo el beso dentro de la boca. Tu aliento gentil despacito a menta no ha desaparecido ni con los cigarros ni el café ni la pasta de dientes ni los panes ni el jugo ni con la casaca que me he puesto ni con la música que prendí ni con las noticias que oigo. Tres niños mueren en terremoto, una gata para a trece gatos mellizos, tres secuestrados en oriente medio, cien mil dólares son donados por un país rico a uno no tan rico, siete aviones llegan a la armada nacional; puros números, todos números, las noticias son números y números, escándalos tras números, hijos con números, todos somos un número siempre. ¿Mariana tú que número eras? Yo era el ochenta y ocho. ¿Y tú? El veintinueve, el cinco, el ciento cuarenta y tres o el uno. Yo ya no lo recuerdo Mariana pero tú recuerdas que yo era el ochenta y ocho o ya te olvidaste también como yo me olvidé. Ochenta y ocho, un número fácil, reversible, físicamente agradable, de este a oeste y viceversa y viceversa y viceversa, siempre perfecto, homónimo, gemelos o mellizos como los doce gatos de la gata, ochenta y ocho, ochenta y ocho, ochenta y ocho, cuatro pelotas, dos unidas por arriba y por abajo y colocadas cada una a un lado de la otra o la otra al lado de la una; reversible también de arriba abajo, norte o sur y este u oeste; ochenta y ocho, porqué ese era mi número, no lo sé, tú me lo pusiste, me llamaste un día y me dijiste tú eres ochenta y ocho y yo soy ... no lo recuerdo. ¿Ves? Cuál sería tu numero. ¿Cuál? No sé, pero tu aliento es despacito a menta. Despacito a menta ahora es el mío, con el café y todo, y la casaca y los zapatos y el pantalón, así sea negro el pantalón, tu aliento sigue siendo despacito a menta dentro de mi boca, y me lo cambié a uno marrón y seguía igual y luego la casaca por una chompita azul de lana e igual y una camisa y una bufanda, cuatro bufandas, mil cabellos a la derecha y novecientos a la izquierda: amenta, amenta, amenta, dije despacito y luego dije carajo; cambié la música, el volumen, me volví religioso, ateo, comunista, pobre, rico (pero no tanto), difícil, fácil, medio fácil y difícil, me dio calambres en la pierna y amenta, amenta, amenta, y después carajo despacito, otra vez.
Acá hace frío y no hay terremotos Mariana. ¿Por qué eres un número que no recuerdo? Una estadística difícil de aprender, o acaso eras una ecuación, el resultado de ecuación química, acaso existen las ecuaciones químicas, existirán, pero es imposible de contestar porque de química no sé, ni de gallos, ni de aves con picos largos y rojos, ni de olas de más de cuatro metros, ni de ceniceros rotos; es como saber quién fue el último hombre que se mojó los zapatos allá afuera cuando llovía o saber el clima de Baramaputra a las dos de la tarde el veintidós de agosto cuando yo festejaba mi cumpleaños al otro lado de la tierra, que da vueltas y parece solo una bolita del ocho, una estadística más.
Cigarro siete en mi boca. ¿Siete era tu número? ¿Verde tu color? ¿Dos tus ojos? Sí dos tus ojos, claro, siempre dos tus ojos y ahora siete el cigarro, el séptimo. Doce los apóstoles y siete los días de la semana y cuatro las estaciones. Amenta, amenta, amenta. Carajo, ya no despacito sino en silencio, dentro de la cabeza. Ochenta y ocho era mi número. ¿Mariana el tuyo era veintidós? Sí ese mismo, claro, siempre ese mismo. El ataúd veintidós, me dijeron.
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