Los ojos de Diego aun no se acostumbraban a la oscuridad del lugar, Diávola observaba asombrada a la presa que traía consigo, con la mirada fija en su espigada figura, veía como el color verde de Diego se transmutaba en un intenso violeta, víctima de los cambios que sufriría en su nuevo hogar.
Algunos lastimeros sollozos perturbaban el agudizado oído de la mujer, en otras ocasiones habría buscado al desdichado que producía ese sonido y lo hubiera torturado hasta que su voz fuera ahogada por el terror, pero en ese instante otro espectáculo acaparaba su pensamiento.
Diego salía poco a poco de la crisálida negra que lo protegía contra cualquiera que intentará detener su transformación, para Peyrasí era un nuevo nacimiento, muchas noches eternas pasaba imaginando el instante en que él bajará a su inframundo y ahora que él estaba tendido en posición fetal, sobre las almas que le servían de colchón para amortiguar su pena no lo podía creer.
Abrió los labios y un grave graznido emano de ellos, el lenguaje de los demonios pensó ella, intento acercarse a él y explorar a su compañero, pero él lo impidió, con brutal fuerza la arrojo por los aires que ésta fue a caer sobre una pared que se destruyo al impacto de su cuerpo.
Tendida sobre el asfalto deseaba reponerse del golpe, él sin inmutarse camino hacia ella, extendió sus alas y sonrió con malicia:
- ¿Estas bien? – lo dijo con burla, pues alrededor de Diávola había escombros, ella lo miró con desprecio, pero no se movió, sabía que ahora vendría la peor parte, Diego debía ser instruido en su nuevo arte por alguien.
Unos fuertes pasos hicieron que ambos giraran sus cuerpos:
- Vaya, vaya, por fin te decidiste ser parte de los ganadores Diego. – Los recuerdos de Diego habían sido borrados, por seguridad y evitar futuras traiciones.
El hombre que formaba la oración estaba recostado en el quicio de la puerta de la habitación espectral por donde todos debían de pasar antes de tener su primera misión, vestía una gabardina negra, sus uñas largas semejaban espinas que salían de sus manos y en su rostro se dibujaba una perversa sonrisa que envenenaba los sentidos de cualquiera que la viera.
Un rizo de cabello negro caía en desorden sobre el rostro del nuevo espectador, de él se emanaba un intenso aroma a nitrato, y como todo es posible en esos lugares a los cuales solo se puede acceder a través de la muerte, su figura estaba envuelta en un densa nube de humo.
Diávola miro asombrada la llegada del intruso, en más de una ocasión había tenido fuertes discusiones con él, interpuso su cuerpo para evitar que Axel se acercará a su amante, él daba vueltas alrededor de ellos, inspeccionando cada movimiento.
- No voy ha hacerle nada diablita – dijo mientras extendía sus manos a los porcelanizados hombros de Diávola.
- ¡Aléjate de él! – dijo, mientras sus ojos se iban poniendo color sangre, producto de la cólera que trataba de contener, pero Axel no cedió, soltó una irónica carcajada –
- No me vengas con sentimentalismos Peyrasí, sabes a la perfección que nunca será para ti y que te abandonará.
Diego no comprendía lo que ocurría entre ellos, pero la mezcla de aromas satánicos empezaban a sedarlo y hacer que cayera inconciente. Su cuerpo empezó a desvanecerse y en su mente se formaban imágenes sanguinarias, una intensa gama de sentimientos empezó a apoderarse de él, un frío que traspasaba su alma y un calor insoportable para su cuerpo.
Peyrasí lo sostuvo impidiendo que se desplomara en el piso y con sutileza lo llevo a la cama, Axel la ayudo, sólo para estar cinco minutos más al lado del demonio que lo torturaba.
De repente la asió fuertemente de su mano derecha:
- ¡Estas loca acaso!, ¿Sabes que van a venir por él?, ¿Por qué eres tan tonta a veces? – después de eso la soltó con brusquedad, las palabras de Axel habían llegado al punto que deseaba, Diávola veía la fragilidad de Diego y sabía que no estaría listo para cuando Julio bajará a tratar de cambiarlo.
Un momento de duda se apresaba de ella, observo de nueva cuenta al hombre que dormitaba en su lecho y miraba intrigada, cerró con fuerza los ojos y sus cabellos empezaron a extenderse hacia el firmamento, en su cerebro empezaban a formarse las imágenes que ocupaban los sueños del nuevo demonio.
- ¿Y ella? – Preguntaba recostado en una cama de cedro, envuelto en elegantes sábanas blancas.
- Señor debe reponerse, todo estará bien
- ¿Dónde está? – el tono se volvía cada vez más violento, intentado obtener respuesta
- Duerma, esta muy débil amo.
- ¿Qué me digas dónde está? – para ese entonces con dificultad se paraba de la cama.
- Murió…
Los ojos de Diego se cerraron para siempre, sin ella no había nada que hacer en ese lugar, antes de entregar su alma para siempre vio la sombra de un niño que lo recriminaba por su cobardía, el pequeño apretaba con fuerza un carrito de juguete que el ahora moribundo le había obsequiado.
Diávola despertó del sueño, Diego estaba junto a ella mirándola, sus manos tocaban su cintura y ella aspiro el aroma defensor de su diabólico amante, sus labios se juntaron y por fin podrían estar juntos por siempre.
Axel miraba enojado la escena, mientras tronaba sus dedos y se provocaba en la piel profundas heridas, Diego era más poderoso a cada caricia que Diávola inventaba para él. El ambiente empezaba a inundarse de espesas nubes de polvo cargadas con pólvora Axel temía que de un momento a otro el lugar fuera a explotar a causa de las esencias defensoras que despedían los amantes.
Diego la envolvía en sus manos, pero la piel de ella no era como la recordaba en su vida mortal, trataba de sumergirse en los recuerdos y hallar ahí la figura de Peyrasí siempre dispuesta para él, por más que deseaba reinventar la amada silueta, su corazón se negaba a reconocerla.
Ella estaba transportada a otro mundo, recostada en el hombro izquierdo de Diego olvidaba por completo la primara regla entre ellos, jamás confiar en nadie; por vez primera visitó el paraíso del que él tantas veces le hablo en sus peleas ínter celestiales. Comprendía el significado de cada palabra que había sido pronunciada por él.
- ¡Cuidado! – Gritó Axel mientras interponía su cuerpo para defenderla del ataque de Diego, esté en un desesperado intento por recordarla extendía sus alas y revoloteaba por lo cielos, en una danza que la llevaría a la muerte.
Ella cayó al piso, abrazada a su ahora defensor, Diego emitió un graznido que ensordeció sus oídos, y su piel se pigmentaba con más intensidad en un intenso color violeta.
Ambos admiraban atónitos la escena, toda la maldad que había resguardada por tanto tiempo en los recuerdos del nuevo demonio, salían de manera desordenada logrando que su alma se convirtiera en una masa negra, producto de sus malos pensamientos.
- ¡Debes destruirlo! – gritaba Axel, Diávola miraba satisfecha su nueva creación, no creía que en el alma de él pudiera existir tanta maldad, vio a Axel aterrorizado, espesas gotas de sangre corrían por su frente, el temor se apoderaba de él con tan fuerza, que sin desearlo sus labios empezaron a formular oraciones para tratar de defenderse del monstruo que estaba frente a él.
- ¿Acaso tienes miedo? – Peyrasí lo miraba con burla, dentro de ella crecía el amor por Diego, su corazón palpitaba fuerte al observar su omnipotencia
- Podremos destruir el mundo completo – decía para sus adentros – Es tan poderoso como yo.
Axel trataba de resguardarse del viento implacable que Diego originaba a cada movimiento de sus alas, y una oscuridad imperturbable se apoderaba de la habitación, ella se aferro como águila al piso y enterraba con audacia sus uñas para no ser arrastrada por el huracán. De un solo movimiento diego estuvo frente a ella, la tomó de la cintura y se elevo con ella, Diávola sentía que Diego iba a asfixiarla, pero aún así no tenía miedo.
Axel, quedó tumbado, poco a poco las tinieblas se iban disipando, él aun no lograba sobre ponerse a la escena que acababa de presenciar.
Un rayo de luz lo cegó, tuvo que cubrir su rostro para que éste no fuera calcinado, en posición fetal escucho una voz que le preguntaba:
- ¿A dónde se fueron? – reconocía esa voz soberbia e imperativa, era Julio.
- Nunca los hallaras, ahora él es el amo y señor niño – dijo antes de que su cuerpo desapareciera.
Diávola y Diego llegaron a un castillo, miraron el anochecer y se olvidaron del tiempo que habían estado separados, el alma de Diego ya no titiritaba de frío un fuego interno lo iba consumiendo a cada minuto que pasaba junto a la diabólica diosa.
Volvió a besarla, y encontró la simetría de su cuerpo, se hundió en sus cabellos purpúreos y supo que nunca más oiría un graznido como adiós
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