Teoría de la Cristalización en el Amor de Stendhal.
¡El amor!…Hay el amor palabra en boca de muchos; mal utilizada y aplicada a casos en que no se corresponde, porque en el amor se requiere la pasión y el coraje para dejarse llevar por el arrobamiento en medio de este sentimiento exuberante, que impulsa la vida, la justifica y la convierte en vivible, ya que el amor todo lo justifica.
Nuestras reflexiones se van a circunscribir a la teoría de la “cristalización” de Stendhal, contenida en su muy conocida obra “Del Amor”, en la que sostiene:
“En las minas de sal de Salzburgo, se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se saca al cabo de dos o tres meses, está cubierta de cristales brillantes; las ramillas más diminutas, no más gruesas que las patas de un pajarillo, aparecen guarnecidas de infinitos diamantes, trémulos y deslumbradores; imposible de reconocer la rama primitiva.
Lo que yo llamo cristalización es la operación del espíritu que en todo suceso y en toda circunstancia descubre nuevas perfecciones en el objeto amado.”
Para Stendhal el amor es una operación de fantasía que se lleva a cabo en el sujeto que ama, en palabras llanas, el embargado de amor construye a sus expensas un castillo de naipes sobre la persona amada. Como en el caso de la rama en la mina de sal, quien ama partiendo de alguna característica singular del objeto de su amor (rama), lo adorna con guirnaldas artificiales construidas como diamantes por él mismo (cristales).
Cada persona posee una sensibilidad o llamémosle debilidad por algún rasgo o característica del ser en el que va a depositar su amor, así nos llama la atención, un hombro, una sonrisa, los ojos, el cabello, la inteligencia, las buenas maneras, la sensibilidad, según las preferencias y apetitos ese talón de Aquiles variará de uno a otro.
Lo cierto es, que ese atributo desplegado como un estandarte por su titular funge como señuelo a ser devorado de un salto por el amante en ciernes, tal bendición poseída por una criatura origina una suerte de imán capaz de hipnotizar y embelezar a quien sin defensas, eleva al dichoso titular, del resto de los seres humanos (hombres o mujeres); acto seguido se pone en marcha la máquina del amor, la constructora de cristales sobre el objeto amado, cristales que surgen de la imaginación y que en nada se hayan consustanciados con las aptitudes propias del amado. De esta manera, una inicial devoción por la inteligencia, las piernas, la amabilidad, etc., se convierte en un elaborado laboratorio químico de implantación de cristales, paulatinamente la imaginación entra en el juego, y aquel ser humano de carne y hueso, que suda, llora y a veces tiene miedo, se transforma en un héroe o heroína de un cuento de hadas, pasa de ser un individuo con virtudes y defectos, para transformarse en una deidad, en un baluarte colmado de gracias después del proceso químico de cristalización. El amante tiene delante de sus ojos un nuevo ejemplar ahora remozado con un buen corazón, simpatía, humanidad, humildad y pare de contar, porque la lista se nos hace interminable.
Como sabemos los seres humanos contamos con una poderosa imaginación, que ostenta la denominada “capacidad de cierre”. Si leemos una palabra cuyas letras de la mitad hacia abajo aparecen borradas, seguramente acertaremos a descifrarla.
Si observamos una formación rocosa dispuesta sobre la superficie del mar, y el espectador está parado desde la costa, ese espectador, por esta disposición al cierre de la imaginación, concluirá que por debajo del agua, ese peñasco se sumerge en el mar hasta tocar el suelo marino. Ahora, si tomamos un bote y le damos la vuelta al peñasco, asombrados podemos percatarnos que nuestra primera visión del peñasco (la del cierre), no es verídica, al constatar que, el peñasco descansa sobre una plataforma flotante construida por los propietarios de un complejo turístico cercano, para hacer más atractivo el destino costero.
Volvamos al tema del amor, al estar capturados como moscas en papel adherente, ese gancho o anzuelo inicial, a saber, el atributo que hace destacar a la persona que será objeto de amor del resto de los mortales, le impacta al sujeto y le hace mover el piso, se activa a continuación una tarea de abeja obrera, para construir con material propio un panal sobre ese nimio atributo, y presto se encendió el amor.
Stendhal establece que en el amor, el objeto amado no tiene participación, la persona depositaria de tal sentimiento, tan sólo es legitima propietaria del artículo anhelado (gancho), a saber, un cuerpo esbelto, modales, dinero, inteligencia, bello rostro, delicadeza, etc., pero la laboriosa tarea de insecto de construir virtudes supraterrenales es unilateral de quien ama.
José Ortega y Gasset desdeña tal consideración de Stendhal, en el sentido de considerar amor a ese encantamiento, a esa chispa fulgurante que cuando roza un barril de pólvora enciende un fuego abrasador, ese sentimiento no es amor, es sencillamente un enamoramiento, el amante es encandilado, cual inocente venado ante el foco de luz halógena del cazador furtivo.
Comparto la observación de José Ortega y Gasset, que condena de absoluta la teoría de Stendhal y que efectivamente, podemos ser víctimas de un enamoramiento, de ese fogonazo violento que sacude, pero que, al igual que un fuego artificial en el cielo, se apagará rápidamente.
En la primera juventud, somos víctimas de ese encandilamiento, nuestra cultura de la modernidad cargada de frivolidad y decadencia infiltra desde la niñez una necesidad imperiosa, rabiosa y hasta caníbal de aprehender a un rehén al que llamaremos pareja. Esa media naranja que más allá de querer compartir un espacio en el que todo sea común, la acariciamos para exprimirla, en la afanada consecución de nuestro plan maestro de acción, metas y objetivos particulares.
Entonces, los jóvenes con la propensión al encandilamiento generada por una necesidad angustiante y hasta denigrante, ya que no tener ese príncipe o princesa equivale a considerar que eres una suerte de minusválido social, ante tal apresuramiento surgen innumerables infortunios en esta época de la vida, niños lanzados como balas de cañón al mundo; matrimonios preparados como una receta de cocina en un frasco de mayonesa; corazones partidos o mejor dicho pulverizados, en fin vivencias que a todos nos suenan familiares de esta etapa de la vida, con motivo a una disposición instalada para el encandilamiento o enamoramiento fugaz.
Considero que, además de ese enamoramiento violento, existe un sentimiento superlativo en la vida, que es el verdadero amor, ese amor que parece una especie en peligro de extinción, y que el algún lugar remoto del globo terráqueo, cada cierto tiempo asoma su figura. Ese que José Ortega y Gasset, en su refutación a Stendhal saca debajo de la manga a título de ejemplo, es el caso de la Marquesa de Custine, quien en el exilio conoce al escritor Chateubriand, cuya novela Atala, había sido publicada recientemente. Chateubriand artista siempre caprichoso, se le antoja que Madame Custine adquiera el Castillo de Fervaques, una vez adquirido por la ardorosa marquesa, Chateubriand pasa unos días en él saboreando el néctar del amor y la pasión con la marquesa, para alejarse y no volver. Cuando la marquesa se acerca a los setenta años y un día enseña a un visitante su castillo, al llegar a la habitación con chimenea en la que compartía delicias con Chateubriand, el visitante la interroga preguntándole si ese era el lugar dónde Chateubriand estaba a sus píes, y la Marquesa Custine lo corrige y le explica que era ella quien estaba a los píes de Chateubriand. La Marquesa Custine una vez tocada por el amor nunca se despojó de ese sentimiento.
Cuando Dostoiévskiy estuvo preso en Siberia, vio como esposas de compañeros de prisión los acompañaron durante el cumplimiento de la pena, dejaban la capital para apoyar a los condenados y abandonaban todo, por una vida miserable en medio de un invierno crudo y despiadado, para tan solo visitar a sus esposos y asistirlos en su penumbra.
En estos casos, excepcionales el alma de una persona sensible es tocada por un sentimiento inconmensurable, que la acompaña para toda la vida, como reflejo de una disposición para amar que no se da en almas vulgares.
En este tipo de almas elevadas se da la posibilidad de un amor puro, una especie de petróleo de amor, es decir, un concentrado fosilizado en las capas más subterráneas de la esencia humana, que cuando emerge es como un chorro que se proyecta y se pierde en el cielo infinito, y además, es inagotable, sólo se extingue al fulminarse la vida, los que lo viven y sufren se lo llevan a la tumba. Este amor es el que se sitúa más allá del bien y del mal, ese amor que está fuera de este planeta, que nada tiene que ver con los beneficios, que no es el cumplimiento de los requisitos exigidos por la moral burguesa.
Ortega y Gasset nos brinda esta imagen para figurarnos este tipo de amor verdadero, excepcional y desgarrador: “La mujer que ama al ladrón, hállese ella con el cuerpo dondequiera, está con el sentido en la cárcel”.
A pesar que con la ayuda de Ortega y Gasset demolimos la teoría de Stendhal, él dio en el clavo en su teoría de la cristalización, definiendo el fenómeno del enamoramiento, cómo ese encendido rápido de turbinas que al instante se apagan, no podemos dejar de invocar un inciso interesante de Stendhal, quien escribía de manera pulsional y hasta desordenada por lo que su escritura es una autentica expresión de sentimientos, de allí su valor aurífero, que nos dice: “La naturalidad es lo que no se aparta de la manera habitual de proceder. Huelga decir que no sólo es preciso no mentir nunca a la persona amada, sino también no adornar ni alterar en nada la línea pura de la verdad.”
Me despido, con un inciso de la psicóloga más impresionante que ha producido la humanidad, Lou Salomé: “Dos personas que tomen plenamente en serio esta eterna transitoriedad -refiriéndose al amor- y la consideren la única medida de sus actos, que no busquen más fidelidad que la dicha del otro, viven una locura digna de veneración.”
Este sentimiento del que hemos hablado es un arroyo de agua transparente que fluye del corazón y que conecta a las personas a un nivel espiritual. Lo que comúnmente vemos en nuestra sociedad nihilista y desgastada es una apariencia de amor, utiliza las mismas frases, copian burdamente los arrebatos y la pasión que leen en novelas, sacan a flote sus dones histriónicos ante cada fecha insigne, día de los enamorados, aniversarios, cumpleaños, etc., para utilizar las mismas letras que contiene la palabra amor, sin merecerlo, porque lo que sostienen entre sus manos es un ramillete flores secas, ya que es un sentimiento de intercambio, originado en corazones de plástico que tiene lentes puestos sólo para ver los objetivos personales, pero este tipo de transacciones vivénciales no pueden elevarse para llegar a ser denominadas amor.
El amor es una torre de marfil, a la que sólo unos pocos valientes tienen acceso, no lo convirtamos en moneda corriente y de libre circulación en manos de todos.
El mensaje a aquellos en sintonía para recibirlo ¡A volvernos locos de amor!, adelante piedras con aletas, atrévanse a hundirse, perderse y a encontrarse en ese sentimiento cuando haga explosión en sus vidas. Porque el amor es un paroxismo desgarrador a una profundidad que llena el espíritu, hace trascender la existencia y concentra a la esencia de cada quien.
Autor: ENRIQUE GUILLÉN NIÑO
Obras:
1.- Razones Para Abandonar La Razón. Editorial Comala. Caracas. Venezuela.
2.- Portarretrato de Una Voluntad Irresistible. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. España.
www.enriqueguillen.com
e.mail: enrique@enriqueguillen.com
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