Me llama otra vez a gritos intempestuosos el balcón de mi departamento que se abre sobre la calle... muchas veces lo ha intentado... hasta ahora he logrado poner un manto de olvido hacia sus reclamos e ignorarlos completamente, dejándolos sin responder... pero cada vez miro con más interés hacia él...
¡Cuántas cosas que podría solucionar en mi triste y gris vida si junto el valor necesario e imprescindible para llegar a hacerle caso! ¡Cuántos pesares dejaría atrás!
Mis tribulaciones llegarían a su fin... no más pesares, ni reproches, ni agachar la cabeza ante las adversidades...
No hacer cosas que detesto, ni pensar en los demás... hacer realmente algo por mí...
Poder decir NO cuando algo no me agrada...
Terminar con las corridas bancarias, las colas interminables, los reclamos de los clientes, el tener que ser cómplice de turbios manejos financieros, de evasiones impositivas...
Dejar de preocuparme por las locuras de mi ex mujer, de los apremios de mis hijas, de la falta de amor, de las exigencias de mi pareja, del costo en sangre de mantener mi posición en la sociedad...
¿Eso es lo que deseo? Basta ya de dietas absurdas, de cuidarse en las comidas por la presión, por el colesterol, ¡basta ya! Por siempre ¡basta ya!...
Sería tan fácil realizarlo... solo un pequeño esfuerzo... y ya está... ya todo terminará... y estaré en paz...
Voy hacia la mampara que separa la sala del balcón, la abro... enseguida, el frío de la intemperie hiere mi piel... me estremezco... me arropo con más fuerza...
Me apoyo en la reja que lo circunda, miro hacia fuera, hacia los otros edificios que, mudamente, me contemplan... ¿habrá alguien que me observe en este momento? ¿O sólo seré un habitante más, anónimo, de la gran ciudad?
Al fin, temiendo y deseandolo al mismo tiempo, observo hacia abajo... el empedrado de la calle parece tan lejano... tan chicas las piedras que lo forman, apenas si se puede vislumbrar su formato...
Pensar en los kilómetros que esas piedras han recorrido. Originariamente eran usadas como lastre por los barcos que venían de Europa a cargar alimentos en estas tierras y cuando llegaban eran reemplazadas por el precioso cereal. Ellas se quedaron y como había que encontrarles un uso, fueron parte de los primeros intentos por darle un aire europeo a estas tierras... ahora me contemplan... muy pequeñas vistas desde este octavo piso... ya quedan pocas calles en mi ciudad con ese revestimiento, fueron sepultadas por el advenimiento del concreto asfáltico... ellas también vieron llegada su hora de desaparecer...
La reja se eleva solamente hasta un poco más arriba de mi cintura...
Solo tengo que hacer un pequeño esfuerzo e inclinar mi cuerpo hacia delante, violentamente... el viento me pega en la cara... las piedras se hacen más grandes por momentos, ya diviso claramente sus junturas... no siento el golpe... solo oscuridad... solo paz... |