Soy molesta, inoportuna. Aparezco de improviso de manera recurrente. Incordio. Busco en exceso el saludo amistoso y el recibimiento feliz. Me repito. Anhelo un “ siéntate”, “pasa, pasa”,” quédate un rato”, “ ¿ qué prisa tienes?”, “¿ para qué están los amigos? “, “¿adónde vas a ir, mujer ?“. Me hago pesada y me incrusto en la silla, el sofá, el taburete giratorio, el portal, el despacho, el mostrador, la caja registradora, la marquesina. Me engasto en cualquier lugar donde el receptor de mi deseo de compañía haya tenido a bien ubicarse, o haya sido coronado con la desgracia de salirme al paso. Primero son todo sonrisas y parabienes: ¡ nos alegramos de que existas y de que compartas con nosotros algunas virutillas de tu tiempo vital!, pero una vez cubiertas las previsiones temporales de compañía estándar, el peso de mi presencia hunde el sólido tablón de la normalidad y desean poner escobas tras las puertas con el cepillo hacia arriba: pues se comenta que esta triquiñuela sirve para espantar a las visitas indeseadas. |