Teoría de la satisfacción personal en presente de primera persona (I):
I Axiomas Morales Relativos.
“No podemos ver ni podemos apreciar esta máquina del tiempo, como tampoco podemos ver una bala en el aire o un radio en plena rotación”
La diferencia entre la realidad y la percepción de la misma (o la no-percepción de la misma) es algo que ya he abordado en otros artículos desde un punto de vista más estricto.
Como el psicólogo que explica existen cosas que no podemos ver, pero que están ahí, que existen- o entendemos que existen. Al mismo tiempo hemos de sugerir que hay cosas que vemos, pero que no existen propiamente, o percibimos de un modo deformado o alterado por las circunstancias y nuestras propias conciencias.
Desde el fenomenismo más estricto, desde el solipsismo, no es realmente importante lo que suceda, sino la interpretación del evento. Dando por sentado que nos resulta inalcanzable conocer una afirmación cierta en sí misma por su enunciado, resulta de obligado cumplimiento para el ser humano formarse un sistema de creencias. Es este sistema al que hemos de aferrarnos como cierto. ¿Es realmente importante que éste sea cierto?
Tengamos en cuenta, antes de contestar a la pregunta anterior, que lo hoy por hoy compartimos como certezas, parta de un modelo estadístico sostenido en creencias compartidas por una mayoría. Asumimos estas teorías como válidas por un estándar de probabilidad. La cuestión es que todo argumento que permita aferrarse bajo una hipótesis no compartida es igualmente válida. Ante el lobby de la tolerancia, nos hemos destapado dando a entender que cualquier conclusión no mayoritaria, es equívoca y “condenada”. Precisamente la historia del hombre ha evolucionado a través de elementos minoritarios que cargaron contra el sistema de creencias vigente en su época. Los poderes religiosos – de distintos orígenes - generalmente se han valido de la imposición y persuasión de verdades compartidas, para perpetuarse en su situación ventajosa. Afortunadamente la ciencia y la sociedad han evolucionado lo suficiente como para que el efecto del radicalismo religioso no impacte más que en exaltados o desesperanzados – caso de radicalismos o terrorismos poco convencionales -.
Sin embargo el yugo moral de la hipótesis del mundo justo ha inventado otros referentes morales que siguen incidiendo en la verdad fundamentada en “esto es así, porque la mayoría lo piensa”, de modo que llegan a asumirse las leyes o las normas de conducta del mismo modo que si fueran intrínsecamente valiosas más allá de su momento de vigencia, y su tiempo de alteración. La falacia apoyada en que “cada cual tiene lo que se merece”, es el sesgo cognitivo sobre el que asientan los cimientos de nuestra civilización. Esto es, bajo toda verdad moral, subyace la idea errónea de que la naturaleza, poco humana, tiene características tan civilizadas como el elemento de justicia universal.
La sociedad, la cultura, el hombre en última instancia, evolucionan de manera constante. Esto implica que sus verdades, su sistema de creencias lo haga del mismo modo. Lo que hoy está mal, mañana será normal. La revolución pasa a ser la norma, el invento la costumbre.
En lo que a la moral se refiere, la postura relativista adquiere un máximo grado cuando nos referimos a la ética de los actos, y la consideración universal de que lo que hacemos es malo o es bueno. Con buen criterio, dentro de la sociedad actual podemos inferir que un acto no es bondadoso o malvado por sus consecuencias, tanto como por la intencionalidad del actor. Como veremos en futuros artículos, aún esto puede reducirse a cenizas cuando nos dirijamos al fin último de todo acto.
La respuesta genérica para evadirse del relativista es “Si todo es relativo, estás asumiendo que esa afirmación es cierta”. Un relativista de verdad sabrá responder: “Por ahora sí, pero mañana podría cambiar.”
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