El jornalerillo se admiraba antes la belleza de la chica que todos los días abordaba el autobús en la misma parada que él, justo entre las 5:05 y las 5:12.

Él, un tímido provinciano que brinca de miedo cuando un perrillo le ladra detrás de una reja, no se atreve a dirigirle la palabra, a pesar de que ella parece sonreír a sus miradas.

Un buen día, se decide a regalarle una linda caja de chocolates que ve en una vitrina. Aprovechando el día de paga, pasa a la dulcería y pide un envoltorio surtido: bellísimo, con doce piezas en blanco, marmoteado y negro, en elegantes figuras. El enamorado se extasía ante el obsequio y su empaque: es el mejor que jamás haya comprado. Lo lleva con todo cuidado hasta la parada del transporte, soñando con la sonrisa de agradecimiento y tal vez, el amor que cambiará su vida…

Espera hasta las 5:20, pero ella nunca llega. Acomoda con precaución la cajita en su maleta y resuelve esperar al día siguiente, y luego al posterior, y después uno más… pero su ensoñación nunca apareció. Quiso la suerte que al tiempo que él se envalentonaba, ella optara por cambiar de vida.

Sólo el chofer del autobús se extrañó ante el hilillo bicolor. Sin pensar en el corazón roto, únicamente exclamó: “pinche gente, la de tonterías que son capaces de hacer para ensuciar las unidades”