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Hacía ya mas de dos meses que no recibía ninguna carta de sus familiares, ni siquiera de su hermano, que solía escribirle al menos una vez al mes. Desde su celda, Carlos podía ver, al final del largo corredor, la mesa del carcelero repleta de cartas esperando ser repartidas, sin embargo ya no tenía la esperanza de que una de ellas fuese para él.

La puerta del patio se abrió de golpe y cientos de hojas secas entraron rápidamente empujadas por el fuerte viento. Como pudo, el viejo carcelero cerró la puerta tras de sí, regañando como él solía hacer y quitándose su sucia gabardina se dispuso a repartir el correo. Una por una fue literalmente tirando las cartas dentro de las celdas y Carlos quedó perplejo al comprobar que una de ellas fue a chocar directamente sobre su cara.

Sin perder un minuto destrozó el sobre, y empezó a mirar de arriba abajo la carta con grandes movimientos de cabeza, como queriendo captar toda la información de una sola vez; por fin se tranquilizó un poco y ordenando sus ideas, empezó a leerla detenidamente:

“Lamentamos comunicarle el fallecimiento de su abuela materna y estamos en la obligación de comunicarle que usted es el único beneficiario de toda su fortuna, la cual asciende a 350.000.000 millones!!!”

El corazón empezó a latirle con tanta fuerza que pensaba que se le salía del pecho, los ojos se le llenaron de lágrimas de dolor porque al fin y al cabo no eran buenas noticias, o sí. Por una parte el fallecimiento de su abuela, por otra la herencia, pero él sabía que nunca iba a poder disfrutar de ese dinero. Carlos llevaba preso en aquel lugar 12 largos años y si sus cálculos no le fallaban saldría dentro de 18, demasiado tiempo...

La verdad es que no tenía la suerte de su lado, toda la vida deseando tener una fortuna y cuando por fin la tenía no podía disfrutarla. Tenía que hacer algo y pronto, algo drástico aunque le fuera la vida en ello, porque al fin y al cabo, de qué le serviría la vida dentro de aquella sucia cárcel.

Pasaron semanas después de aquella carta. Una noche, una de las noches más frías y húmedas que él recordara sonaron las campanas de la capilla de la prisión, y tocaban a muertos. Carlos sintió, por primera vez desde hacía mucho tiempo, un miedo que le sobrecogía todo el cuerpo, un pánico terrible. Pero curiosamente se le dibujaba en la cara una sonrisa malévola, como si algo le rondara la cabeza, como si se le hubiera abierto una posible puerta por donde escapar...

A la mañana siguiente recordaba la noche pasada como un sueño, pero mantenía en su cabeza una idea, la cual podía ser su salvación. Rápidamente llamó al carcelero a voces:

-¡¡Carcelero!! ¡¡Carcelero!!
-Ya va, ya vaaa. -Respondió desde su carcomida mesa-.
-Ten lee esto, rápido. -Enseñándole la carta-.
-¿Qué ocurre? ¿ Es que ya no recuerdas ni siquiera cómo se lee?
-Vamos, no pierdas tiempo. -Le gritaba Carlos con impaciencia-.
-Está bien, ¡trae esa dichosa carta!

El carcelero se dispuso a leerla detenidamente.

-Ja, ja, ja, ja, jaaa.... Y...¿De qué le sirve a un preso con casi veinte años de condena por delante una fortuna como esta? Jaaaa, jaaaa, jaaaaaa, ja, ja, ja, jaaaa.
-¡¡¡¡Trae aquí esa carta y escucha, majadero!!!! -Arrebatándosela de las manos-.

El carcelero quedó callado en el acto, mirándolo fijo.

-¿Qué te ronda la cabeza? -Preguntó el carcelero, sarcástico-.
-¿Quieres un pellizco de la fortuna? -Preguntó Carlos- Con un buen pellizco podrías retirarte para siempre. Mírate, estás viejo. ¿No te gustaría dejar de venir a esta sucia cárcel todos los días?
-¿En que estás pensando?-Preguntó lentamente el viejo carcelero-
-Pues en que si tú me ayudas a mí, yo te puedo ayudar a ti.
-¿Ayudarte? ¿Estás loco? ¿Sabes lo que me pasaría si descubrieran que he ayudado a escapar a un preso? ¡¡¡Estás loco!!!
-¡¡No!! ¡¡Escúchame!! Hay dos formas de salir de este lugar. Una de ellas es cumpliendo tu condena y la otra....¡muriéndote!
-Si, definitivamente estas loco –Dijo el carcelero dándose la vuelta y sacudiéndose la espalda de un escalofrío.
-Bueno si, puede que esté algo loco, pero déjame por lo menos contarte mi plan, luego tú decides.
-Está bien, pero quiero la mitad de la herencia.
-¡Conforme!-Ambos se dieron un fuerte apretón de manos-
-Verás, anoche tocaste a muerto, pude oir las campanas desde mi celda.
-Si, nos dejó el preso de la celda 46.-Respondió-
-Bien, es muy sencillo, simplemente tenemos que pasar un mal trago los dos. Suponte que la próxima vez que fallezca algún preso, tu me avisas de cuando es el entierro, esa noche, después de cenar, yo en lugar de irme a mi celda, cuando salga del comedor me dirijo hacia la sala de velatorios alegando que el preso y yo éramos grandes amigos y que voy a dedicarle unas oraciones, ¿me sigues?
-Si de momento te sigo, pero no entiendo nada...
-Entonces cuando me quede a solas delante del ataúd, lo abriré, y me meteré en él, junto con el difunto...
-¡¡Pero que estómago, por dios...!!-Replicó el carcelero-
-No te preocupes por mí, tú también tendrás tu correspondiente parte...en fin, permaneceré allí dentro toda la noche, y a la mañana siguiente tu me enterrarás con él. Para entonces ya todos estarán buscándome por todas partes, pero a nadie se le ocurrirá haber mirado dentro del ataud...
-Es espeluznante, ¿seguro que serás capaz de...?
-¿Bromeas? ¡¡Lo que sea!! Con tal de salir de aquí, lo que sea...
-Y...¿yo? ¿dónde intervengo yo?-Preguntó extrañado el carcelero?
-Tú acudirás de nuevo al cementerio una vez se haya marchado todo el mundo, desenterrarás el ataúd y me sacarás de él.
-Ya entiendo. De acuerdo, de todas formas tú te llevas la peor parte...
-Si, y tu la mitad de la fortuna, ¿recuerdas?

Pasaron varias semanas sin volver a hablar del tema, hasta que un frío anochecer del mes de noviembre sonaron las campanas...Alguien acababa de morir, había llegado la hora, no había marcha atrás. Carlos tenia la sensación de estar cerca de su sueño, pero también sentía un profundo miedo que le impedía pensar con claridad. De cualquier modo tenía que hacerlo, era su oportunidad.

Después de la cena Carlos pidió al encargado del comedor que, por favor, le dejara hacer una breve visita a la sala de velatorios, pues mantenía una cierta amistad con el difunto y quería dedicarle unas oraciones (tal y como tenía planeado). El encargado asintió con la cabeza y Carlos se dirigió hacia el lugar. Estaba sólo a unos cuantos pasos, pero el camino le pareció realmente largo. Las piernas le temblaban tanto que a punto estuvo en una ocasión de perder el equilibrio. Estaba realmente atrapado por el pánico, pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.

Cuando llegó a la sala de velatorios, esta estaba totalmente a oscuras, únicamente la tenue luz de una vela moribunda daba, si cabe, un tono más escalofriante todavía a aquel lugar. El ataúd estaba justo en el centro de la habitación. No había ni un solo detalle que hiciera pensar que el difunto era un ser querido por los demás, ni una sola flor, ni un recordatorio de familia, en fin nada de nada. Fuera como fuese, Carlos se adelanto al féretro y tímidamente estiró uno de sus brazos en dirección a la tapa del mismo, intentando levantarla. ¿Pesaba demasiado? ¿o eran sus fuerzas mermadas a causa del miedo? Rápidamente recogió el brazo cubriéndoselo con el otro como protegiéndolo, y se dio la vuelta dejando justo a su espalda el ataúd, diciéndose a sí mismo: “tienes que hacerlo, tienes que hacerlo, ahora o nunca, tienes que hacerlo...”.

Definitivamente dio un giro rapidísimo y abrió la tapa con decisión, manteniendo en todo momento los ojos cerrados, y de un salto se metió dentro, acomodándose junto al cadáver.

“Ya está”-dijo para sí mismo- No había sido tan terrible, al fin y al cabo sólo tenía que mantener la calma en todo momento, intentar imaginarse que se encontraba en su celda, con los ojos cerrados, dentro de su cama, intentar olvidar dónde se encontraba realmente. Era difícil, muy difícil.

Allí permaneció hasta la mañana siguiente.



-¡¡Vamos, a la de una, a la de dos, y a la de tres!! ¡¡ARRIBA!!
-¡¡Carai!! ¡cómo pesa el condenado!

¡Habían llegado! Por fin había amanecido y habían venido para llevárselo. Ya casi había pasado todo. Dentro de una o dos horas, a lo sumo, vendría a sacarlo de aquella pasadilla el viejo carcelero. Todo acabaría pronto.

De camino al cementerio sentía que todo estaba saliendo a la perfección y se veía sentado en su casa frente a un montón de dinero...¡¡Qué maravilla!!
-¡Qué estúpido el carcelero, si piensa que tendrá su parte! Después de todo... ¿qué dirá?
¿qué me ayudó a escapar? ¡No será capaz! Yo seré libre y tremendamente rico, y él se quedará en esa tétrica cárcel el resto de sus días.... ja, ja, ja. –Pensaba Carlos –

De repente empezó a notar que descendía. Estaban bajándolo a la tumba. Al instante empezó a escuchar la tierra caer sobre la tapa del féretro y una tremenda sensación de humedad empezó a invadirle.

Ya no se oía nada, absolutamente nada. La sensación empezaba a ser extremadamente angustiosa. Empezaba a faltarle el aire. No se oía nada. No se oía nada...

Después de un buen rato, Carlos empezaba respirar con serias dificultades. Estimaba que llevaba enterrado mas de tres horas y el viejo carcelero seguía sin dar señales de vida... La situación era angustiosa. No podía más. Se echó mano al bolsillo para sacar un mechero y ver su reloj, para comprobar que en realidad había pasado tanto tiempo y no era producto de su imaginación, acercó su reloj a la cara, acercó el mechero al reloj y de una sola vez lo encendió. Carlos se quedó completamente helado al comprobar que quien había a su lado no era ningún preso sino que el carcelero en persona. No podía dar señales de vida porque había estado muerto junto a él todo el rato.

Mordoxx(en el w.c)

Texto agregado el 19-09-2003, y leído por 178 visitantes. (1 voto)


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