Me propuse seguír siendo quien yo era:
Está lista la comida, trabajemos, te cambio el postre por tu sopa, levantémonos.

...y cada instante inventariado me separaba más de lo humano. Y no eran voces las que me llamaban, la locura siempre me fue vedada, sino la cobardía del que escucha a la promotora de su huída. Aborrezco ahora del ingenuo que tragaba sin masticar.

Creí en el plan cómo última salida:
El bronce escondido en mi almohada, los pasajes a ninguna parte asegurados.

...y la hilaridad de mis días era cómo para recordarla, ni la enfermedad ni la traición fueron importantes porque mi cabeza ya no estaba en cometas en el cielo o en avionetas que se caen.

Acumulé basura y me hice el loco, dando con un grupo de gente dispuesta a cuidar dolores inventados y yo en otra parte arreglando asuntos importantes. Compre las dos bombas atómicas en el mercado de rufianes y me parapeté lejos, tal lejos que hasta para mí fue dificil encontrarme.

Volaron todos, familia y amantes, amigos y ni tan amigos, yo sobre todo, pero nadie se enteró del ruido sino luego de varios meses.

El tiempo ya no escaseó en monedas sino que envacijó lo que quedaba de fiambre. Para que un plan sea uno bueno no puede tener objeto, me repetía, debe ser absurdo de principio a fin, de lo contrario es malogrado por el desasosiego de la espera.
Lo dejé por ser todo demasiado bueno, demasiado en paz, demasiado libre. Me llevé mi cárcel y dejé mis papeles para olvidar quien fui, aunque nada salió como me esperaba y eso sólo puede ser fruto de un plan hecho a cabalidad. A la distancia se reordenan las piezas y ya no puedo escapar de la coherencia que es fiel reflejo del egoísmo maquinador de mis días de impostor, pero no me quejo. No hay nada de que quejarse. Lo logré.

Ya no follo y ya ni hablo de eso. Mis dulces vicios se quedaron en alguna parte del trayecto que me trajo a este punto lejano sin montañas, converso sólo con vagabundos, sólo ellos pueden entender sin razones, sólo ellos cargan con culpas inexistentes del tamaño de un planeta dentro de un cuadro, sólo yo entiendo sus recriminaciones por acciones que todavía no acontecen, porque son irremediables y por tanto vale sus lamentos.

Soy extrangero, como siempre lo quise, una sombra que cubre mi cara inexpresiva. El trabajo es solo el trabajo y las risas exhalaciones más o menos provocadoras o un conglomerado de malas costumbres. Aunque la explosión no se dejó oír, dejó instantáneas en la piel que me oprimía el pecho en las mañanas. Algo tenía que salir mal, pero de tanto repetirlo he ido aceptándolo, no he podido sacarme ese olor de las narices, olor a dulce encierro que ahora me acompaña.

No se puede morir o vivir sin esperanzas. Es una maldita muñeca rusa.

Los días pasaban de dos en dos, en cuenta regresiva por un lado y en el orden ascendente al que estamos acostumbrados por el otro. Salía a hacer grandes robos, preparaba pruebas de sinceridad que no daría, celebraba con tristeza, hacía asesinatos en mis sueños y violaciones a mujeres de amigos y parientes, endurecía el entrecejo al confesarlo, inventé ideas suicidas para ellos, me hice odiar sin conseguir más que aplacar mi propio odio, pero fui constante, me ensañé con el crucifijo de mi madre y le regalaba flores rancias que no tardaban en marchitar. Envilecido por mi plan hice burla de cuanto me parecía digno de admiración, del amor de madre de mis amigas... A los regalos desinteresados les buscaba mala intención. Mentía sin pretender engañar esperando agravar la afrenta y reía para mis adentros cuando trataba de conseguír un perdón maquinando mi próxima deslealtad.

Si no fuera por el maldito amor de madre que distorsiona toda intimidad, todo habría salido tal como lo planeé. Le grité mil veces masoquista, no te quiero, soy basura, pero nada. Impasible con sus lágrimas. Yo nunca conseguiría llorar con tanto ahínco y eso que era yo quien se quería matar.