La rebelión
Se levantó con una idea fija: mañana iba a terminar su novela.
El último capítulo, el que hacía seis meses se negaba a concluir, finalmente sería terminado.
No había otra solución, ese personaje maravilloso que había construido, debía morir. Aunque le costase alguna lágrima, pero en la vida hay que tomar decisiones, y él lo había hecho.
Todo el día vagó por la casa deshabitada pensando en como avisarle, no en vano habían sido compañeros por más de cuatro años. Cuando estaba avanzada la noche encontró la manera.
Revisó que todas las ventanas estuviesen cerradas, echó llave a la puerta de la cocina y a la del frente. Se bañó y se puso el traje, ya que la ocasión lo merecía. Se sentó frente al papel y se sirvió un whisky, y luego varios más. ¡Cómo le costaba decírselo!
Envalentonado por el alcohol, totalmente fuera de sí, agarró el marcador y lo hizo. Con grandes letras le dejó el claro mensaje. “Lo siento, pero mañana vas a morir”.
Triste se acostó, pero la borrachera lo ayudó a dormir.
A la mañana siguiente, con acidez, barbudo y despeinado, con el traje arrugado, fue a hacer lo que tenía que hacer.
Se sentó en el escritorio, buscó el papel y se quedó helado. En lugar de su mensaje, con letras rojas bien grandes, estaba escrito: “¿Por qué no te morís vos?”.
A los dos días, y después de tratar infructuosamente de entrar por las ventanas, la policía derribó la puerta y encontró al escritor asesinado, con una lapicera clavada en la frente.
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