Yo, de niña, odiaba a los payasos. Me parecían seres de otro planeta, les tenía pánico además. Siempre riendo y saltando y haciendo... el payaso. Les importaba un pito lo que opinasen de ellos. Y para colmo con ese horrendo maquillaje tan repetitivo y esos pantalones a cuadros de mil colores, cada uno más llamativo que el otro. A mí todos me parecían el mismo.
Se conoce que yo llevo la payasura en las venas, porque durante varios carnavales me he disfrazado de payaso. Esto es algo que me hace mucha gracia, pues ningún padre desea que sus hijos se dediquen a esta honrada pero sacrificada profesión y por eso, en las fiestas mencionadas antes, es uno de los trajes más vendidos. O soy muy cortita (que no creo, mido 1´70) o no lo entiendo, ¿me lo explican?.
Pero no quiero desviarme del tema.
Cuando empecé a estudiar teatro (accidentalmente, 2001) (no, no es que tuviera un accidente, me refiero a que fue sin querer) (bueno, en realidad yo quería, pero no me atrevía) (¡qué diablos!¡yo me atrevo a todo!), jamás imaginé que acabaría donde estoy (y teniendo manía a los payasos). Yo no deseaba hacer teatro rico (mucho texto y poco cuerpo), prefería el pobre (basado en Pe-fomances como dicen algunos), la exteriorización de los sentimientos, descubrirse a los demás. Y tras muchos experimentos y pruebas, se confirmo que lo mío era el circo (único lugar en el que podría permanecer suelta y sin vigilancia una hora seguida) y que a toda costa había que desplazarme a ese sector para evitar que el público huyera despavorido al verme en actitud psicópata por culpa de algún papel maldito.
Y aquí estoy porque he venido y querido (diría "porque me han obligado" si no fuera porque tengo una pistola en la cabeza... ¡uppss!), con más de una decena de actuaciones a mis espaldas como actriz de clown (que no es lo mismo), con el carnet de malabarista recién sacado, el de trapecista a punto de caducar, pensando en el de acróbata, trabajando con niños y odiando a los payasos (y a los niños, claro), jurando y perjurando que jamás haré otro personaje que el de niño pobre marginado por la sociedad (él me ha hecho persona).
Qué contradictorio el mundo de los payasos... |