Rueda tu vida atada al brillo de los cielos; amarilla asustada, o blanca aturdida; pequeña curva que el aire respira, tallada al universo. Como un espejismo blanco de arena, te alzas en la oscuridad, bajo la espuma de tu falda. Cuelgas al mundo, enjabonada de cosquillas, junto a la lluvia de tus manos, que se desgaja en mi. Y en un charco de luz, suspendes la angostura de tu vientre; como un puño de estrellas apretado en las entrañas, que no deja de existir. Pasmas los planetas que te rondan, para alumbrar mi sino; como un hueco de ira resguardando las calles, bajo el candil de tu letrero blanco. Te fugas, solitaria y perfecta; en un balcón abierto a los suspiros, que la tarde abarca. Y el amarillo despedaza la corteza de los bosques, en una burbuja de infinitas lenguas, que delata tu presencia. Te pierdes; te desbocas; deslizando tu enagua en un accidente blanco, que el espacio acoge; como un garabato de plata que hechiza los techos. Y al fin la noche embosca tu mirada albina, tejiendo el infinito de tu encanto.
Ana Cecilia.
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