El típico sueño del hombre medio
Despiertas en medio de la nada y corres, tan rápido como tus escasas fuerzas te lo permiten, desesperado por el hecho de haber despertado en medio de la nada e ir corriendo desesperado en busca de algo que tu cabeza difícilmente puede imaginar o construir con los mínimos fragmentos de razón que hieren tu mente con sus afilados bordes, produciéndote un amable dolor de los mil demonios.
Ese algo no se encuentra a la vista, está más allá de los miles y miles de kilómetros de nada que te rodean como una niebla que amenaza evaporar tus ojos.
El tiempo, como de costumbre, pasa; y tú sigues corriendo entre la nada, perdido en un laberinto de muros inexistentes, justamente el laberinto de ninguna parte.
En la lejanía divisas un bulto, una mancha en la vastedad del vacío, que a medida que aceleras va adquiriendo la más humana de las formas. Una muchacha también perdida en medio de la nada, aguardando por ti, que ya te diluyes en las últimas exhalaciones del cansancio.
Llegas a su lado y sus azules ojos se quedan fijos en los tuyos, rojos por efecto de la nada. -¿Tienes hora?- pregunta la hermosa joven, porque maldición que es hermosa, claro que cualquier cosa podría ser bella en medio de la nada.
Arremangas tu sucio abrigo de vago y descubres tu muñeca desnuda. - Tal vez no haya reloj posible en medio de la nada- piensas, en uno de esos crueles ataques de racionalidad lógica.
- No, no tengo- contestas con dulzura casi fingida.
La miras y sus azules pupilas se ponen blancas y en ese mismo instante
desaparece, se desvanece mientras sientes que algo golpea tus oídos, devolviendo el dolor –que había cesado con la presencia de la joven- a tu cabeza.
Volteas y te incomoda la humedad de la almohada, mezcla de sudor y saliva. Ante tus ojos, el cruel artefacto metálico suena como carruaje del infierno.
Sacas la pistola escondida bajo la almohada, cargada, siempre lista.
Las frías piezas del reloj vuelan por todo el cuarto. Un resorte golpea tu ojo izquierdo y la sangre aúlla cálida sobre la almohada aún hundida con la forma de tu cabeza.
Vienen los recuerdos de la infancia, cuando perdiste el ojo derecho después de caer en bicicleta sobre una cerca de alambre. Tratas de llorar, pero te das cuenta de que las lágrimas han sido borradas para siempre de tu cara.
Desvanecidos ya los engranajes del tiempo, no queda otra opción que esperar nuevamente el sueño, para correr por las vastas extensiones de la nada, en busca de una segunda oportunidad. |