Tenía sentimientos encontrados. Estaba feliz por que la iba a ver, por otra parte, me invadía una gran cuota de intranquilidad por encontrarme con lo incierto, con lo impensado y con la incertidumbre por su eventual respuesta. Tal vez esta era la oportunidad, o quizás no... quien sabe.
Me estaba preparando, nervioso me arreglaba el cabello y me cepillaba los dientes después de salir de la ducha, elegía mi mejor atuendo y esperaba con ansía la hora pactada. Ensayaba una y otra vez mi mal redactado discurso, que con lo frenético que estaba cuando lo escribí, no podía tener otro resultado del que tuvo.
Sí, la quiero, y la quiero mucho me repetía para darme seguridad y alejar cualquier indecisión y titubeo. Pero... ¿Ella sentirá lo mismo por mí? como saberlo...
Las oscilaciones iban y venían en mi interior, pero trataba de demostrar una imagen fría, fuerte y segura a los demás.
Sinceramente, me es dificultoso poder definir lo que siento por ella. Pero si de algo estaba seguro, es que me sentía de maravillas cada vez que estábamos cerca el uno y el otro. ¿Porqué será? ni yo lo sé. Su espontaneidad, su franqueza y su repentina llegada, me hacían sentir una profunda atracción.
En mis más recónditas y subrepticias ilusiones, que a diario deambulaban por mi mente, por mí ya estrecha mente, que no hacía más que pensar en ella, no podía dejar de imaginarnos juntos, tomados de la mano, acariciándola y sintiendo su resuello.
El encuentro ya estaba por concretarse, no faltaba nada. Estaba afinando lo últimos detalles para que todo saliera a la perfección. Es que todo tenía que salir así, no existía otra oportunidad, o al menos eso pensaba.
Los consejos de los amigos no se hacían esperar:
-Vamos dale, tú puedes. Esta vez no puedes echarte para atrás.
-Si te va a ir bien, es cosa de que te atrevas solamente. Decía otro
La verdad, es que nunca le hago mucho caso a lo que diga el resto, pero esta vez necesitaba de incentivos para poder fortalecerme y animarme a hacer lo que tenía en mente.
Ya estaba cerca, muy cerca, sentía como el nerviosismo se apoderaba de mí y la intranquilidad que presentaba, reinaba en el ambiente y se advertía a leguas.
Y allí estaba ella, tan cerca pero tan lejos a la vez. Resplandeciente y encantadora ante mis ojos, sugestiva e inocente ante mis sentidos. Sí, la quiero, la quiero sólo para mí, me repetía.
Temblaba de puro temor, pero ya estaba decidido. Ahí iba yo. Me acerco, la miro a los ojos y le digo:
-Sabes, necesito hablar contigo. Dije con voz entrecortada
-Si claro, dime no más. Me responde ella.
-Es que... es bien personal, ¿No puede ser en privado?. Ya algo más seguro y decidido.
-Mmm, ya, ¿Pero me puedes esperar un momento?
-Por supuesto, respondí algo desilusionado.
Todavía podía echarme para atrás. Aún no le decía nada, pero ya estaba casi a mitad de camino, ya había dado el primer paso al acercármele y decirle que tengo que hablarle. Ella, advirtiendo mi incontrolable nerviosismo, no hacía más que aumentar mi impaciencia al pedirme algo de tiempo.
Mientras los amigos se asoman y te inyectan ánimos y te incentivan a seguir con los propósitos.
Ya en varias oportunidades estuve muy cerca de ella, de sus manos, de sus cabellos, de sus labios, estuve a una caricia, a una mirada, a un paso de encontrarnos, de acercarnos, de descubrirnos, de amarnos y de jamás separarnos. Pero nunca me decidí a enfrentarla, a dar aquel paso que nos permita estar juntos de por vida, o por siempre, aquí o donde sea, en el presente, en un futuro inmediato.
Mis amigos me decían que me atreva, que nada tenía que perder. Esos amigos que a veces están cuando más los necesitas, o cuando crees necesitarlos. Amigos que yo pensaba que lo eran verdaderamente, pero que no eran más que visiones irrisorias que merodeaban en mis momentos de poca lucidez y en escenarios de delirios.
-Ya, estoy lista. Ven, sígueme por aquí. Me dijo
Mientras abre una puerta y aparece una sombría habitación. De pronto enciende una pequeña lámpara a un costado, dejando parte del cuarto iluminado y la otra mitad en la más completa oscuridad. Como dándome a elegir entre un camino y el otro.
Nos sentamos y yo tratando de recordar mi discurso, pero que con todo el ajetreo me fue imposible seguirlo al pie de la letra le digo con cierta fluctuación:
-Supongo que ya tienes que imaginar más o menos de lo que se trata todo esto.
-Si, más o menos, me responde.
-Bueno, es algo difícil para mí decirte lo que te voy a decir.
Sin dejar que me interrumpiera y siempre con el control de la situación, o al menos eso pensaba en ese momento:
-Creo ser un tipo honesto, y esta no será la excepción, le digo con determinación.
-Así que bueno... aquí vamos. Sabes, tuve algunas dudas si contártelo o no, pero esto ya me estaba aprisionando de algún modo y tengo que sacarlo a la superficie.
-Tú me atraes, me atraes mucho. Es un sentimiento que vengo acarreando desde hace algún tiempo atrás, y que con lo evidente que he sido, de seguro tú ya te has dado cuenta.
Ella no muy sorprendida, me mira, toma mi mano y me pregunta:
-¿Estas seguro de este paso que quieres dar?. Después será muy tarde, ya no te podrás arrepentir.
Por mi cabeza empezaron a rondar recuerdos, situaciones vividas, indecisiones al fin y al cabo, pero ya nada podría impedir lo que tenía planeado.
Me pasé años sin hacer nada, sin encontrar algo verdaderamente importante que alumbre mis días, ese algo que me permita vivir, soñar, ese algo especial que signifique más para uno que cualquier cosa en el mundo, y que cuando uno lo encuentra, lucha por ello, lo arriesga todo, lo pone antes que nada en el presente y en el futuro, lo pone primero que la vida, que todo...
Como dijo Martin Luther King, “Si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir”. Eso es lo que me pasaba a mí, no tenía nada en este mundo que me amarre a él, no tenía nada porque pelear, porque soñar, porque vivir, porque morir. A diario me preguntaba ¿Qué es la vida? Una ilusión, una utopía, a lo mejor una fantasía, ¿Una quimera tal vez?, o quizás un simple arrebato de alguna persona del más allá que se le antojó traernos a un mundo plagado de anomalías, por lo menos para mí así era.
Yo no vivía, existía.
O bien como dijo Ortega y Gasset, “La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada”.
Yo ya había renunciado a todo, ya había renunciado a vivir...
-Muy seguro, llévame contigo, le respondí
Ella sigilosamente tomó mi mano y con una voz suave me dijo que cerrara los ojos...
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