Lo que se le escribe a alguien, son las palabras que uno no se atreve a decir de frente. Esta carta es lo que no me atrevo a decirte de frente, quizás porque ya no estás conmigo.
Así fue como empezamos, acompañándonos a todos lados. Aún los sitios o momentos más aburridos se hacían soportables si tú estabas conmigo. Y nos conocimos. Y el abrazarte o simplemente rozarte te hacía ponerte intranquilo, lo cual me dejaba a mí el espacio justo para delimitar nuestra amistad de cualquier malentendido.
Horas y horas hasta llegar a la madrugada platicando. Horas y horas pasé hoy buscando aquella música que me regalaste, sólo por capricho mío. La busqué en todos mis cajones y rincones, pero no la encontré, está perdida y creo que jamás podré recuperarla… es una lástima tenía canciones tan tuyas y mías. Como la que bailamos abrazados, esa que decía que me enseñaras, que desvanecieras el frío y que tú sabías que a veces era sólo miedo.
Descubrí lo importante de la música en tu vida. Nunca pensé en aprender a tocar una batería y así eran todas tus sorpresas… hasta me regalaste un pandero para compartirlo juntos! Así los dos, así nosotros, así lo que construimos y deshicimos: todo lo que nos hacía llorar o los obstáculos, siempre unidos, siempre así.
El camino de regreso a casa ahora es solitario. Ya no tengo aquellas tardes en que tu ojos de miel se aseguraron de mi bienestar.
Nunca me gustaron las rosas, pero la tuya ha sido la única que cuidé y deseé que viviera por siempre; porque tú me la regalaste cuando me sentía tan triste, no me exigiste razones para explicar mis lágrimas, simplemente te apareciste en mi puerta, con rubor en las mejillas.
Sí peleamos. Nos arreglamos compartiendo los cigarros… justo cuando tú los dejabas y yo los descubría.
Cómo decirte que te extraño. Que extraño tu cuerpo en mi sillón, todo lo que decías. Que te extraño a tí, mi amigo. Desearía tener solo una tarde más contigo, sólo una de esas flores que no me gustan… esas… tus rosas.
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