Estoy en la azotea, 52 metros de aquí al suelo, 52 metros que significan mi billete de salida de este injusto mundo, miro a mi alrededor, por última vez, la ciudad donde viví. Enfrente, veo edificios y más edificios, en cada piso, un drama distinto, una discusión interminable entre hermanos y entre padres e hijos que nunca acaba. Abajo, una aborágine de coches, gente apresurad pensando sólo en su trabajo y su sucio dinero, que sólo ocasiona muerte dolor y sufrimiento. Arriba, el cielo ha dejado de existir, ha sido sustituido por una espesa capa gris de muerte liberada por los coches.Y la noche, mi escondite, lugar de tranquilidad para almas en pena ha dejado de existir, se ha convertido en refugio de gente endemoniada que pacta con el diablo para bailar con la muerte todas las noches y buscar diversión a toda costa.
Doy el paso, caigo, la gente mira hacia arriba, con expresión como de terror, pero en realidad les encanta ver este espectáculo, que añade algo nuevo a sus tristes vidas; pero yo también estoy feliz, por fin podré abandonar este infierno sin fuego y volar a un lugar mejor.
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