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Caminaba a pasos lentos, como robándole en cada baldosa un segundo mas al tiempo. Verlo caminar, sin dudas, no era una gracia para los ojos. Desacoplado, sin rumbo diestro y encorvado. Los hombros caídos, hundían hasta el límite un pecho desprovisto de aire, y aun como de yapa, un saco dos talles más grande en el cual se sumergía hasta la cintura. Sus piernas, flacas y escuálidas, siempre vestidas por un jean mas gastado que sus zapatos, viejos pero siempre bien lustrados. Sus manos, apergaminadas y con rastros de nicotina entre sus dedos, acompañaban en vaivén, aquella marcha desproporcionada.

Yo lo conocía desde siempre, como todo el barrio, era uno de esos mitos de la infancia. Venteveo. El viejo borracho. El hombre malo. Comentario de rutina en las despensas vecinas, comilona de chismes para señoras intranquilas.

Venteveo. Nadie sabia donde realmente vivía, o se ocultaba el dato para acrecentar el mito. Lo único que a ciencia cierta decían era que salía del monte allá por el mediodía, y en las madrugadas bien entradas volvía a sumergirse en las arboledas impenetrables. Yo de niño creía que le decían Venteveo por el canto del pájaro, ya que siempre silbaba, de adulto ya, me entere que era su apellido. De su procedencia nadie tenía noticias, y en mi vida era un cuestionario inconcluso, tanto misterio encerrado.

De pronto y en aquella tarde de otoño en el único camino que cruzaba la plaza, el destino me topa de cara al fantasma, (que de haber sido diez años antes hubiera salido corriendo), en el mínimo espacio entre banco y banco. Ya de frente y sin arrepentidas temí la primer pregunta, una obviedad para la época.



_¿Cigarro? ¿Cigarro?



Instantáneamente lleve mi mano al bolsillo y le convide un rubio de los buenos. Venteveo lo examino como quien estudia un objeto desconocido, después mordió con astucia el filtro, lo escupió y al unísono encendió el resto con un fósforo que salio de la nada.

Antes que pegara su primera pitada, tome conciencia de pronto de la oportunidad esperada, y llenándome todas las cavidades de aire, inhale profundo, como para darme ánimo.



_Lo invito a tomar una copa Don Venteveo (le dije casi de improviso)



El viejo aspiró dos veces mas, larga y mansamente el humo del cigarrillo, me miro a los ojos, con una mirada gris y gastada, y sonriendo increíblemente con una sonrisa aniñada, me indico el único bar que a esa hora estaba abierto, cruzando apenas la plaza.

Mientras nos sentamos cómodamente en unas sillas destartaladas, mientras el mozo limpiaba con una rejilla más sucia que la mesa, contemplé su rostro de mirada frustrada.

De una tez amarillenta curtida de intemperies, con mas arrugas que canas en una calvicie avanzada, de pómulos hundidos y nariz afilada. Con una barba tupida y color ceniza que apenas dibujaba unos labios finos y paspados, pero que al sonreír increíblemente se iluminaba. Para mi asombro tenia todos los dientes, aunque verdes y desalineados.

El pidió ginebra



_Bols. Dijo. La preferida.



Yo asentí con la cabeza y le pedí al mozo para mi una cerveza. Nos quedamos un buen rato en silencio, yo contemplando al fantasma de mi infancia, el (parecía dichoso) recorriendo con sus ojos los cuatros costados.

Sin aviso y de repente, interrumpió el silencio sagrado



_Sabe amigo, llámeme Luís, hace tanto tiempo que no comparto una copa con alguien. Dijo entre alegre y disgustado.



Acongojado por su confesión, tome la iniciativa



_Como no Don Luís, usted debería socializarse mas, siempre lo veo tan solo y tan lejano.



_La soledad es la mas fiel de las compañías, en cuento a la distancia es la misma que toma de mi todo el mundo. Dijo y sin darme tiempo a replica alguna continuo;



_El mundo es una figura grotesca dentro de un universo perverso.. Nadie podrá escapar jamás a la espantosa trinidad de la vejez, la enfermedad y la muerte. Yo solo soy la sombra de mi pasado, un pasado signado por el desamor y la cobardía, con un corazón enfermo de chatura y desgano, repleto de promesas incumplidas, harto de miseria y hambre, crucificado desde la cuna, otra vez.



Al escucharlo quede sin aliento, incrédulo de aquel repertorio que parecía venir de un filósofo del pesimismo y no de aquel vulgar vagabundo, atónito, no atine respuestas.

El, sin treguas prosiguió;



_Yo tomo como para poner algodones a mi alrededor, la gracia de la cobardía radica en ocultarse en tiempos de guerra, la gloria sea con aquel que no muere, aunque me pese el destierro y la desesperanza. ¿Para que esforzarme por caerles bien a unos cuantos? Cuando yo me muera tiraran este cuerpo en un foso y dirán, “aquí yace Venteveo”. Ninguna lágrima regara mis ortigas, ni flor alguna adornara mi recuerdo, sin embargo todos sabrán que en ese pedazo de tierra, igual a otro cualquiera, descansa Venteveo.



Alzando su copa, choco la mía, y prosiguió con su descargo, monologo de un siglo;



_Brindo por tu estrella compañero, tu estas en tiempos de siembras, ya vendrán los de cosechas, la vida es una aburrida sucesión de causas y efectos, la fe es como la luciérnaga, necesita de la oscuridad para brillar, deja que te lastimen, se aprende y se comprende con cada cicatriz.



Yo, emocionado hasta los huesos, brinde por esa charla y por su sabiduría. Me excuse de toda la chusma, por tantas habladurías, del miedo que me infundieron, de mi madre,

de mis tíos.

Don Luís sonreía, en susurros, como si fuera un secreto repuso;



_La mentira es la fantasía de los mediocres. Yo soy aquel que vive en el silencio, soy la voz de los que no tienen voz, siempre resurjo de entre las cenizas, ese es mi merito, mi único don.

Lo colme de preguntas sin espacios, le indague por su edad, su familia, su religión, me fue llenando todos los huecos con una completa y precisa información, me hablo de guerras muy lejanas, de barcos, de esquilar ovejas, de hermanas, de abandonos, del amor y la traición.

Ya pasando la medianoche y cuando comenzaban a cerrar el bar, me ofrecí acompañarlo a su casa, con menos ganas que curiosidad, Acepto de buen gusto, para desubicarme por completo, y ambos tomados del brazo y a pasos de tortugas emprendimos el rumbo hacia el impenetrable hogar.

En el camino me dijo una frase que me dejo marcado de por vida, cito a Borges y me afirmo;



_”Cualquier destino por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sepa para siempre quien es”



Al llegar al monte, se detuvo de golpe y en un abrazo sin tiempo me despidió. Yo insistí en acompañarlo, yo quería entrar con el. Me retuvo por completo, hasta ahí llegaba yo.

Lo vi. esfumarse en la maleza, como el sol cuando se esconde detrás del mar. En ese momento supe lo que quería, en ese momento supe para siempre que iba a ser escritor.





Texto agregado el 22-07-2005, y leído por 174 visitantes. (0 votos)


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