Intenté correr lo más rápido que pude mientras huía de algo que no podía ver; realmente no sabía de qué escapaba, pero la necesidad de alejarme no se me hacía esperar. No sentía el cansancio en mis piernas y pensé que era imposible correr a esa velocidad, nunca hubiera podido.
En un momento no miré más hacia delante y empecé a caer. Maldita sea, cómo pude no ver ese vacío... caía tan rápido que mis ojos no alcanzaban a distinguir nada, sólo un hueco inmenso, oscuro en el que me estaba hundiendo.
Lo que más me asustaba era la caída; ya no recordaba qué me perseguía, ni qué hacía yo en ese lugar.
Pensaba en el dolor, en el impacto. Trataba de imaginarme ese suelo, sería áspero, rocoso, sólido, tal vez no sentiría el golpe y moriría antes de caer, eso hubiera sido bueno. Desprenderme de todo y salirme del cuerpo evitando lo inevitable, insensibilizando mis sentidos, olvidándome del recuerdo. Tal vez moría, tenía esa esperanza, pero antes de que pudiera percatarme de la tierra tocándome la cara, de mis pies siendo aplastados por la gravedad y de mi cuerpo tendido en la superficie, mi vientre dio un salto como si pretendiera salírseme y desperté hundida en el colchón.
Sudaba y como queriendo sobrevivir me puse las manos en el pecho para comprobar que el corazón aún latía, aún estaba ahí. Hacía mucho no tenía esa sensación, la que me producía ese sueño que me asaltaba sólo en las noches en que estaba susceptible. Susceptible, yo que había sido tan fuerte y tan invariable.
Sentí rabia al pensar que había vuelto, maldito sueño, además de agitarme me acusaba de frágil, eso era lo que en realidad me molestaba; otra vez destrozada, débil, vulnerable. Era obvio que algo me tenía intranquila.
Me senté en la cama y supe que era inútil tratar de dormir de nuevo; no sólo yo estaba ya despierta, el sentimiento estaba más lúcido que siempre y las palabras se me estaban saliendo por los poros.
Miré el reloj de la mesita y me sorprendí al ver que aún eran las dos de la mañana, creía que me había acostado a esa hora después de revisar todo el trabajo del día siguiente. Recuerdo que había organizado los casos, había planeado las fechas de los próximos diez juicios y estaba pendiente de la investigación de la muerte de la esposa de uno de mis clientes.
Había pasado tanto tiempo ya desde el último sueño que no podía recordar las circunstancias, sabía que no había sido sólo tiempo, también era el trabajo, era el miedo, era yo. En realidad no quería recordar nada relacionado con el sueño, con eso, y me había ocupado de que el trabajo me lo impidiera; buscaba todas las distracciones y las excusas posibles para no sentirme otra vez perdida, sola.
Todo me había funcionado muy bien hasta esa noche.
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