El sopor del estío asomaba a rajatabla en el bochorno de la siesta. La plaza desolada de todo vestigio de vida humana, acompañaba mansamente aquel tranco de pastor alicaído.
Su nombre, era Giuliano, Diacono de hacia dos años en la parroquia de aquella comunidad de señoronas devotas y hombres de palas en manos. Dos años de ferviente y aplicada oración, al Cristo, a la Madre, a los Santos, y a la salud de curas rechonchos y militares decrépitos. Dos años de guisos cotidianos, y pavos rellenos en vísperas de pascuas, de vinos de misa y mates amargos, de siestas religiosas y pesadillas ardientes.
Giuliano cruzo la plaza aquella tarde con la misma pesadez de todos sus días, con la misma devoción y el mismo hastío de un febrero a las dos de la tarde.
Más allá de la imponente capilla, orgullo de fieles y ateos, del otro lado del pueblo, la Posada de Nata era el único soplo de brisas frescas, y sobremesas eternas de vinos tristes en rostros curtidos. La Posada, no era más que un salón de ladrillos huecos, oscuros y herméticos, cubierto de chapas viejas, y un ventanal por el cual se mecían impávidas las palomas en las horas de la siesta.
Giuliano entro, se persigno, saludo y se sentó. Cuatro parroquianos que jugaban naipes, saludaron graciosa y rítmicamente al compás de sus gorras, otros dos, ni siquiera percibieron aquel jovial hombrecillo de negro, victimas fatales de tres tintos consecutivos. Nata, como de costumbre ni se inmuto, permaneció ausente y lejana detrás de sus ojos negros, como el telón de la noche. Era una mujer esplendida, de mediana altura y contornos obscenos, su tez, blanca como la nieve resplandecía aun más por sobre sus cabellos de vetas azuladas. Su rostro, de pómulos erguidos y maxilar afilado era un perfecto triangulo, donde convergían todos los puntos en un solo punto, su boca de labios del sabor del la jalea, y dientes vírgenes, perfectamente alineados.
Nata no poseía historia propia, ella era lo mismo que la posada. Madrugar, limpiar vestigios de noches alteradas, almuerzos cortos y abundantes, y mansas tarde de vinos rebajados. No le faltaban enamorados, ni príncipes ocasionales, pero ella siempre los rechazaba, con la misma y terminante respuesta _No tengo tiempo para el amor.
Giuliano esa tarde estaba confundido, meditando, entre su última pesadilla de vírgenes afrodisíacas y los preparativos para su ordenación. Se ensimismo en un vaso de limonada, y llevo su alma mas allá del tiempo, donde en otra época, su madre, entre telares y olivos le enseñaba el catecismo. Ya huérfano años después se interno en las ciénagas de aquel convento donde solo había un libro que hablaba de amor y pecados.
Pronunciadamente, comenzó a sentir el temor, de aquellos ojos que a toda hora velaban, ojos despiertos entre sotanas y crucifijos, ojos siniestros que lo turbaban. _ No pecaras, Giuliano, no pecaras.
De repente y como traída del diablo, sintió una mano en su rostro que lo volvió al presente con todo el peso de la vida. Nata yacía frente a el, con una mirada única y definitiva, y su palma (maravillosamente humana) rozaba su rostro, como quien acaricia una escultura.
_¡Bendito sea el Señor!, ¿Qué paso Nata?
_ ¡Nada Giuliano, no pasa nada!
Nata continúo acariciando sus pómulos durante segundos indefinidos. El, preso de un pánico sostenido, no pudo mas que contemplarla, impávido y sumiso.
_Dime Giuliano, en todos estos años, ¿has estado con alguna mujer?
Giuliano, no pudo pronunciar palabra alguna, mientras su garganta se convertía en un estrujo insoportable, y su estomago en nudos sin procedencia.
Nata retrocedió despacio, siempre con sus ojos clavados en el, lo midió, como quien va a arrojar un dardo, y encaminando hacia la puerta sentencio –Siempre hay tiempo para una primera vez.
Giuliano por primera y única vez, percibió que estaban solos, que el aire (escaso) era insoportable., y que su hora de descanso había transcurrido de prisa, habiéndola dejado en el pasado. Atino apenas a murmurar palabras inexplicables, salidas de un trabalenguas arcaico. Sus movimientos eran torpes y erráticos, su corazón, ya no latía, galopaba.
Nata dejo caer la cortina de terciopelo gastado, de un azul ya sin vida. Como por arte de magia, la luz se evaporo, y con ella las palomas que mecían en sus umbrales. La habitación se fue llenando de un olor acido y dulce, que llenaba todas las entrañas. Camino hacia la puerta, y con ademanes bruscos y certeros, trabo de un solo golpe el escape a la sentencia.
Giuliano, ya en un estado de paralización total.Sumido en un torbellino demencial que azotaba sus sienes, imploraba, se excusaba, rugía, estaba como entre paréntesis.
Nata comenzó a recorrer los treinta pasos que la separaban de el, alzo sus manos y desprendiendo su hebilla dejo caer aquella cascada de cabellos azulados, al mismo ritmo comenzó a desprender su vestido con toques de arte, fatal y perverso.
Parecía como poseída, con una sonrisa amplia que cubría los cuatro costados, con sus manos al compás de sus pechos, semidescubiertos, pidiendo a gritos salir a la vida.
Giuliano, ya no era el, ni nadie que lo hubiera conocido apostaría que aquel hombrecillo, tímido y escuálido, de sonrisa esquiva y mirada fugaz, se hubiese transformado en un ciclón que voló por los aires cuanto calzoncillos y sotanas lo estorbaran, gobernado por una fuerza sublime e incontrolable, que provenía de lo mas hondo de sus sentidos. Desbocado como un animal en cacería, preso de arremetidas orgásmicas que recorrían toda su hombría, se lanzo a su encuentro, acortando el espacio entre la nada y la vida.
Se palparon, se estrujaron, se mordieron, se confundieron en un solo cuerpo rodando irrefrenablemente entre mesas y sillas que caían. Ella, comió de su fruta y aun golosa, mordió sus nalgas y sus piernas. El bebió de sus jugos, y aun sediento, siguió besando hasta su sombra. Después como una danza grotesca dentro de un mundo primitivo, se acoplaron de una forma salvaje y desesperada, con movimientos rápidos y con la furia de aquel que aguanta y no se anima.
Todo ceso de pronto, como las tormentas de verano, cuando el sintió en su cuerpo robado, la misma muerte enamorada, y ella comenzó a pronunciar te amo.
El silencio los sorprendió a ambos, como la noche al viajero. Estaban aun unidos y sus lenguas investigaban cada rincón de aquellas bocas sagradas.
Giuliano, fue el primero en levantarse, borracho de sudores, aturdido. Ni siquiera volvió a mirar a aquella hembra desaforada. Se vistió de prisa, con el mismo tiempo en que le llevo desnudarse. Se persignó tres veces y salio con una carrera alocada.
Nata, se incorporo suavemente, peinándose con las manos el nido revuelto de sus prolijas sedas, se vistió sin prisa, con el mismo tiempo en que se había desnudado. Sonrió despacio, luego comenzó a reírse a carcajadas, destrabo las puertas y corrió la cortina, la luz una vez mas, como por arte de magia, lleno todos los sitios, y las palomas que antes mecían, orondas, levantaron vuelo asustadas.
La plaza comenzaba a vestirse de humana, los pájaros y las flores agradecían al cielo los primeros nubarrones. Giuliano, caminaba de prisa, con la misma devoción, pero ya sin hastíos, con la certeza absoluta de no haberse tentado al pecado.
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