La noche era gris y pesada, con gusto a metal y a tierra. La poca iluminación de aquel galpón de ferrocarril abandonado, desdibujaba aun más lo grotesco de las formas de los trastos. Ni si quiera sabia porque la compañía había decidido la guardia nocturna de aquel cobertizo semidestruido. Doce horas eran una eternidad. Tres paquetes de cigarrillos, dos pavas de mate, caminar, dormitar, caminar,
El la diviso apenas cruzo las vías, casi a cuatrocientos metros, desde aquel barrio de casas tristes y callejones angostos, justo de frente, como postal de la miseria.
Podría doblar una calle antes y dirigirse hacia el pueblo._ (pensó). O tal vez haga noche entre los camiones que esperan turno en el molino, vendiendo retazos de felicidad por veinte pesos.
Se equivoco, ella paso con aire de desentendida entre la fila de camiones, cruzo el ultimo callejón que salía al pueblo y descaradamente comenzó a transitar los últimos cien metros, inevitables, perfectamente diestros que la separaban de aquel galpón.
Su corazón comenzó a latir de prisa, sintió aquel cosquilleo en las piernas, comenzó a sudar las manos, a preguntarse y responderse al instante miles de frases armadas e imaginadas que lanzaría aquel hermoso visitante.
Hermosa, porque no cabía otro adjetivo, si, era hermosa. Alta, esbelta, de un contorno de princesa egipcia, una cabellera negro azabache que le caía más allá de los hombros y sus dientes del tono del marfil, resplandecientes entre el cobre de su tez.
No vestía como una prostituta. Jean ajustado, que insinuaba unos muslos firmes y frescos y se curvaban casi perfectamente allá donde el hombre pierde su gracia. Una remera blanca que apenas dejaba traslucir unos pechos medianos, erguidos con prepotencia de arrabal.
Encendió un cigarrillo y se adelanto a su encuentro, con un improvisado;
- ¿Busca a alguien Señorita?
Ella sonrió instantáneamente, moviendo apenas aquellos labios húmedos y carnosos que amenazaban con el más apasionado de los besos.
_ ¿Yo? Lo busco a usted. ¿Usted es Matías verdad?
El asintió de prisa, y estirando la mano atino a saludarla con otro improvisado;
_ ¿En que puedo servirla?
Ella, mordió su labio inferior, inhalo y expiro profundamente, dejando en el aire un aroma a mentas, calido y pegajoso.
_ ¡Ay Dios lo que he caminado!, repuso, mirándose la planta de sus zapatillas gastadas, y con la dicha de aquel que encuentra lo que estaba buscando.
Lo miro a los ojos profundamente por primera vez, entrecerrando y abriendo las pupilas, como estudiando sus formas. El comprendió de inmediato esa mirada. Tomando coraje se la devolvió con otra, libidinosa y provocativa, mientras argumentaba que algo tan divino a estas horas y por estas soledades era un regalo del cielo, que seguro la había mandado Eduardo, que estaba de acuerdo en pagarle veinte y hasta treinta pesos, que la iba a pasar muy bien, ya que el era muy hombre. Todo eso de una vez y sin pausas, y al mismo tiempo convidándole un cigarrillo que ella amablemente no acepto.
La vio entrecerrar más las pupilas y mirarlo con tanta lastima que hasta el mismo se tuvo compasión. Vio desdibujar su sonrisa rozagante y convertir su rostro de niña enamorada en otro más austero y desencantado.
Desesperado, refuto;
_¡Esta bien puedo pagarte cincuenta si quieres!
Ella volvió a sonreír imperceptiblemente, mordió su labio inferior y dijo;
_¡No Matías! ¿Cómo podré ayudarte?
El no entendió la pregunta, aunque sabía la respuesta. Ofuscado, sentencio;
_ ¿Qué quieres tú de mí?
_Yo solo he venido a decirte que se ha muerto tu madre.
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