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Inicio / Cuenteros Locales / eduardojavier / Relato de un amor a destiempo

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Internarse en aquellos ojos de almendras era una experiencia devastadora para mi adolescencia tardía. Descubrir en cada sonrisa virgen la sublimación de los sentidos, comprender inoportunamente que no hay antes ni después de aquel amor después del amor.
Me había jurado una y mil veces acatar los valores éticos y morales que la sociedad imponía, padre afectuoso de un hijo de dos años, marido ejemplar de una joven maestra de veintiocho, amante mediocre, amigo fiel y hombre solidario. Yo siempre creía que el amor era aquel si que había dado en el altar, acongojado hasta las lágrimas y con el orgullo a cuestas de un noviazgo romántico y severo de siete años y medio.
Leijla, era una mujer agradable, de un carácter diestro y definido, con un cuerpo de bordes suaves y apacibles, y unos ojos del color de las plantas. Su profesión de maestra primaria le daba una cierta aura de madre por la que todos la admiraban.
Nuestro amor se cocía lentamente sobre las llamas del éxito financiero, que una casa más grande, que un auto más moderno o una ropa más elegante. Leijla conocía todos mis impulsos y arrebatos, así también mis calmas de otoños y mis siestas veraniegas, podía hacerme dormir con sus caricias tibias y sus secretos de niñera, pero también convertir su cielo gris en un infierno (efímero) que saciaba todas mis pretensiones de amante desaforado. Además, ambos estábamos maravillados con la ternura y el asombro que nuestro hijo Isaías nos producía día tras día. Los dos le dedicábamos mucho tiempo a aquel pequeño, fruto de nuestro amor incierto, yo veía en sus ojos verdes la calma de su madre y ella en sus primeros gestos la definición mía..
Leijla jamás me celaba, ni si quiera cuestionaba la cercanía de tantas adolescentes en mi oficina aún después de las clases, ella era conciente que yo nunca pondría mis ojos en una alumna, menos (por el concepto que yo tenia del intelecto) en aquellas reprobadas que preparaban sus cursos después de clase en mi oficina.
Para ese entonces además de tener a cargo las clases de Lengua y Literatura para el tercer y cuarto año del Bachillerato de Señoritas, me habían adjudicado la Cátedra de Literatura Inglesa en la Universidad del Estado, y entre los largos trayectos diarios y las horas de mis maestrías no me quedaba tiempo si quiera para pensar en Isaías.
Aquella niña mujer de dieciséis años me provocó desde el primer día una especie de asfixia mental de la que no pude escapar. No lograba concentrarme en mis clases mientras sus ojos de almendras desafiaban a entrar a ese bosque a los míos.
Ella no dejaba de mirarme y tuve la sensación de ser el centro de todas las miradas.. Desentendiéndome de la situación, la hostigué sin miramientos durante días, cuestionando todos sus trabajos y haciéndole preguntas indefinidas cuando ella estaba distraída. Sin embargo, no solo me conmovían sus respuestas, le perdonaba cualquier desaire lingüístico, si hasta llegue a aceptarle que Vargas Llosa era mexicano y que el sinónimo era lo mismo que el adjetivo.
Me turbaban sus contornos insolentes y sus risas infantiles que resonaban burdas en la seriedad de aquel recinto. El timbre que marcaba el fin de la clase, era mi salvación espontánea, como la campana para el boxeador perdido, pero había algo en mi que comenzaba a molestarme, y eran las ganas de que se vaya y vuelva pronto el otro día.
Descaradamente reprobó los dos cuatrimestres, y como no pudiendo evitar el destino, tuve que aceptarla en la preparación de los cursos en mi oficina.
Desde el primer momento evité la posibilidad de quedarme a solas con ella, aunque parecía que todos y cada indicio del destino hacían lo imposible para dejarnos frente a frente.
La primera vez, (lo recuerdo muy presente) fue una tarde de febrero en que el cielo se había apagado por unos instantes y el olor de la lluvia flotaba desde mucho antes que su presencia. Todos habían partido y Cintia demoraba su ausencia. Me apresuré a cerrar los ventanales, que ya gemían con vida propia por el efecto del viento, y con el temor innato que siempre nos precede a las tormentas, tomé sus manos de repente, más mecánica que conscientemente. Cuando reaccioné de aquel gesto absurdo, la lluvia ya golpeaba los cristales con todas sus fuerzas y sus labios devoraban a los míos con una fatal y salvaje inocencia.
La desvestí sin prisa, con los primeros relámpagos que reflejaban sus formas como destellos de guerra, ella se dejaba llevar por el ámbito de la tempestad, entrecerró apenas sus ojos y dejando libre su corazón respiraba con mi ritmo, por cada caricia un latido, y por cada beso un temblor.
Recorrí con mis labios desde su cuello hasta la cumbre de sus pechos, y con las yemas de mis dedos intente dar música a aquella nunca tocada canción. Quedamos así minutos indefinidos, suspendidos en el espacio entre mi cuerpo y su resplandor, yo sintiendo como este hombre se convertía en adolescente, ella a punto de sentirse mujer.
El estruendo de una puerta que se cerró de repente, me devolvió ileso a la realidad. La aparté de mí vista casi bruscamente, y entre perdón y reproches le exigí que se olvide hasta de que aquel día llovió. Reconocí en su rostro de adolescente tibia que ya no tendría juicio su corazón, y sumé a mis nervios mas dudas que certezas, mientras ella se alejaba bajo la lluvia y yo no encontraba sitio donde dejar la culpa que me causó.
Esa noche le hice el amor a Leijla con mas énfasis que nunca, mas por el miedo a que me descubra que por la misma pasión.
Durante todo el fin de semana no pude apartarla de mis pensamientos, y ese domingo fue más un suplicio que una bendición. Contaba las horas que faltaban para verla y mis remansos en la biblioteca se convirtieron en insomnios de habitación en habitación.
No volvimos a hablar del tema por quince días, aunque yo ya no respiraba sin su aire y ella no estudiaba otra cosa que como hacer el amor.
Supe de pronto de un bosque inexplorado, de duendes mágicos y fantasmas encantados, de labios sedientos de ilusiones nuevas y colinas cerradas en busca del sol. No podía creer lo que me estaba sucediendo, no era una cuestión física ni un deseo postergado, lo que me estaba moviendo era realmente el amor.
Me estuve cuestionando por días enteros, dejaba a mi esposa, a mi hijo, las tareas atrasadas. Las tardes se tornaban sofocantes y las noches, perpetuas discusiones con Leijla, razonando las razones que no entiende la razón.
Al decimosexto día la encaré de frente y sin excusas
_Linda, ¿Qué te pasa conmigo?, si tu sabes que no soy para ti, ¿Por qué buscas tu hombre en mi?
Ella no supo responderme con palabras, y con el desenfado que solo otorgan los primeros soles, se desnudó completamente y me hechizó. Le hice el amor con la suavidad que se le quita un pétalo a una rosa, y casi en un susurro le confesé todo mi amor, ella reía como una niña con su muñeca nueva, aunque sus muslos firmes y sus curvas explosivas daban la imagen de una mujer fatal.
No pude resistir mi adolescencia tardía, me comportaba de una forma que todo lo perdía, y así me fui quedando sin empleo, sin matrimonio, repudiado en las escuelas y señalado por toda la sociedad.
En medio de tantos dramas, siempre había fuego par mi hoguera, y hacíamos el amor de cualquier manera, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Comprendí muy tarde el amor de esta manera, esclavo de juicios, formalidades y ética moral. Inserto en un mundo donde la edad es una barrera, dieciséis y treinta, fue un salto mortal.

Hace unos días nos encontramos con Leijla cuando anotamos a Isaías en la Facultad. Es Directora de un Colegio Primario, tiene un auto hermoso, una casa espléndida, y dos hijas más.. Se casó después del divorcio con un policía y se la ve sensual, rotunda y llena de alegría.
Cintia, después de cuatro años de una relación intensa y apasionada, se fue a vivir a la costa oeste si mas previa que la despedida. Creo que se casó o convive con un Ingeniero en Sistemas, la última navidad que la vi estaba embarazada de tres meses y su cuerpo ya de mujer entera, me pareció mas artero que su frialdad.
Yo volví con mis clases de Lengua y Literatura, pasada la tormenta cerraron las heridas, aunque ya no doy clases de apoyo particular. Vivo solo con mis libros y me dedico a la pintura, a veces vuelvo a arrepentirme, aunque se que el tiempo nunca vuelve atrás.. Sueño con Leijla, con la cuna de Isaías, una tarde en la oficina, la comodidad del hogar. Otros días me encierro y pinto mil rostros, Cintia sonriendo, Cintia enojada, Cintia durmiendo..





Texto agregado el 22-07-2005, y leído por 353 visitantes. (1 voto)


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