“TENEMOS QUE HACERLO”
- Tenemos que hacerlo, dijo Maruja, dirigiéndose a su amiga Sara. Esta la miró con la preocupación pintada en el rostro. Venían caminando por la orilla del río y a esa hora, a pesar que ya era más de mediodía, una brisa ligera pero helada, traspasaba la delgada tela de su chaqueta corta con que se abrigaba. Se la estiró con la mano izquierda, tratando de cubrirse la barriga que le quedaba al aire.
- No podría hacerlo – Dijo después de un largo silencio.
Siguieron caminando. En tanto las gaviotas pasaban raudamente sobre sus cabezas, en medio de cantos y gritos por la disputa de algunas sobras de pescado. A lo lejos, al otro lado del río, donde habían estado recién, continuaba el ajetreo y a la distancia se percibían las carreras agitadas de los cargadores, que se echaban sobre los hombros los cajones con pescado. Estos eran luego trasladados desde la balanza para embarcarlos a continuación en grandes camiones que los llevarían al norte.
Maruja apartó la vista del espectáculo y volvió sobre su compañera.
-Ya pues, Sara. Decídete. Si es la única solución. Lo hacemos y después seguimos como te digo. Nadie nos va a pillar y solucionaremos el problema.
Ella se tomó el pelo trigueño que en grandes cadejos le caía sobre la frente y se acomodó el gorro de lana de vivos colores con que se cubría la cabeza.
-Sabes que no me atrevo, amiga. –Dijo- Yo nunca he hecho algo malo y si se llega a enterar mi mamá, sería una enorme pena.
-Ya, pero si te digo que nadie lo va a saber. Tengo todo planeado. Entramos y salimos, nos vamos al bus y listo. Si nos buscan, no nos van a encontrar.
Frunció el ceño y guardo silencio. Abstraída, repasó nuevamente la propuesta de su amiga. La idea consistía en asaltar una agencia de llamados telefónicos que estaba cerca del muelle, apoderarse del dinero, de algunas tarjetas de prepago, algunos celulares de los que están a la venta y luego salir rápidamente. Abordar el bus a Santiago y de ahí seguir a otro lugar. El plan era bastante audaz y requería sangre fría y precisión en los tiempos. Cualquier dilación significaría que los carabineros o los de investigaciones las atraparan a la brevedad. El pueblo es pequeño y aquí todos se conocen. Maruja le había explicado que la sorpresa era fundamental y la rapidez en dar el golpe tenía que ser coordinada. Le había dicho también que no era habitual que dos mujeres fueran asaltantes. Generalmente eran hombres y lo lógico era que nadie sospechara de ellas.
Sara era menuda, de apariencia más bien débil, cabello trigueño largo y liso, grandes ojos pardos que le iluminaban el rostro de tez pálida. Había cumplido los veinte años hace poco, pero aparentaba mucho menos. La idea de una acción tan arriesgada había surgido como respuesta a la negativa de su pareja, Armando, de ayudarla con el bebé que esperaba. Habían ido al muelle donde éste trabajaba en la descarga de pescado, pero le había dicho que no podía ayudarla por el momento. Cuando le preguntó qué iban a hacer, él se encogió de hombros y la despidió rápidamente porque tenía que seguir trabajando.
Maruja en cambio era robusta, de tez clara y pecosa, su cabello era ensortijado y ligeramente colorín. De risa fácil y carácter juguetón y alegre, era el contraste perfecto con su amiga Sara, a quien hacía reír a cada momento con sus bromas y payasadas. Ella había planeado la acción. Cuando venían de vuelta del muelle pesquero conversaban sobre la posibilidad de encontrar una solución rápida y eficaz al problema. Maruja se lo dijo primero como broma, pero luego se puso seria y lentamente fue ideando el plan a medida que caminaban. Sara la escuchaba en silencio y su primera reacción fue de sorpresa y molestia. Ahora, que ya había escuchado los pormenores, no le estaba pareciendo tan descabellado. Era verdad que necesitaba urgente el dinero. Maruja le dijo que sería todo para que se hiciera un aborto y que si algo quedaba, sería para pasarlo bien con los amigos y olvidar la pena. Había en todo caso un detalle que no le quedaba claro. ¿Qué harían después de llegar a Santiago?
-Nos iremos a Valparaíso, donde mi tía Irene que vive en el Cerro Barón. Ahí nos quedamos unos días, vemos lo de tu “operación” y después nos volvemos. O no nos volvemos y seguimos para el norte – le había respondido su amiga.
Sara no encontraba argumentos para oponerse. La siguió escuchando, mientras contaba los pormenores.
-Mira, lo que vamos a hacer es que cerca de las ocho no metemos al centro de llamados y hacemos lo que te digo. Después nos vamos rápido al bus que sale a las ocho y media y una vez arriba, ya no hay problemas. Si dan la alarma o algo así, se van a demorar más de media hora en llegar al lugar y tomar la declaración a la encargada y en ese tiempo, ya estaremos a cincuenta kilómetros de aquí. ¿Qué te parece? Mañana llegamos temprano a Santiago, tomamos desayuno y seguimos a Valparaíso. A mediodía llegamos donde mi tía y estaríamos almorzando mirando al puerto desde el cerro. ¿Qué te parece?
- No sé. Todavía no me decido.
- Bueno piénsalo luego, porque la hora avanza. Tenemos que ir a la casa todavía y sacar algo de ropa y avisar. Yo no tengo problemas pero tú, no sé.
Sara vivía con su mamá, en una pequeña casa de emergencia, de esas que tienen dos piezas en un sitio con caseta sanitaria en el patio. Su madre había quedado sola después que su pareja, que no era el papá de Sara, las abandonara para irse a trabajar con los forestales al norte. Su madre trabajaba como empleada en la casa de un médico en el centro y gracias a eso podían vivir. Ella había logrado terminar la secundaria pero no encontraba trabajo. Conoció a Armando en una fiesta de fin de semana a la que la invitó Maruja y desde ahí se habían seguido viendo. El le había dicho que se casarían "algún día” y esa promesa le pareció suficiente garantía para entregarse. Ahora, al cabo de algunos meses de relación se había producido el embarazo y estaba preocupada porque sabía que debía resolver el tema en los dos primeros meses o de lo contrario, debería conservar a la criatura. Eso definitivamente era impensable. La respuesta que le había dado el muchacho, la había sumido en la desesperación, por lo que la idea la encontraba cada vez más posible y como una salida que ella misma podía dar al problema.
Maruja por otra parte, vivía con sus padres en una casa de la población ribereña y tenían un modesto pasar. Su padre trabajaba en la mina y era uno de los pocos obreros que iban quedando. Su madre se dedicaba a asuntos de la iglesia evangélica, pero ese era un tema que a ella no le interesaba para nada. La había tratado de incorporar a los grupos juveniles mas ella encontraba “muy fomes” a los muchachos. Estos en general asumen las relaciones con respeto, inculcado permanentemente por el pastor. Aunque no le faltaban mayores cosas, siempre estaba pendiente de comprarse ropa y lucir algo a la moda. Su madre ya había perdido las esperanzas de que continuara estudiando y simplemente esperaba que encontrara un buen hombre que la quisiera y que algún día se casara con ella.
Lentamente entraron al pueblo y Maruja la encaminó al local en el que iban a dar el atraco. Pasaron lentamente por fuera, se quedaron mirando las vitrinas y observando cuidadosamente los movimientos de la dependienta. Esta se encontraba en ese momento en un rincón del local, con una revista de espectáculos abierta leyendo concentradamente y ni se percató de esta pareja de jóvenes que la miraban atentamente.
Luego de algunas vueltas más, Sara se decidió.
-Esta bien. Lo haremos, pero quiero decirte que no habrá violencia. Por ningún motivo harás nada que signifique herir a alguien. ¿Me lo prometes?
Maruja se sonrió y le dijo calmadamente.
-Tranquila, amiga. Todo va a salir bien. Nadie saldrá herido.
-Ya, y ¿Cómo lo haremos?
- Primero vamos a entrar. Tú te irás a una cabina, esa que viste que está más cerca de la caja. Yo entraré después y me iré directamente encima de ella. La voy a amenazar y…
-¿Con qué la vas a amenazar? -Quiso saber Sara.
- Con esto- Dijo Maruja. Mirando a ambos lados, extrajo de entre su pantalón, un largo cuchillo.
-¡De dónde sacaste eso? - Exclamó Sara, espantada.
- Del muelle. Cuando estabas hablando con Armando, lo tomé a la pasada.
Sara guardó silencio porque ya era tarde para volver atrás. Maruja siguió hablando:
-Luego que la tenga tranquila, tú sacas el dinero del cajón, tomas algunas tarjetas de las que tiene encima y un par de teléfonos, de esas cajas verdes que viste al lado y salimos a todo dar.
El plan que era sencillo, dependía de la tranquilidad que ambas tuvieran y que la dependienta no alborotara. Maruja sabía que no debía herirla, pero si las cosas se ponían feas o gritaba, tendría que proceder. Se separaron y quedaron de encontrarse en un rato más. Cada una se fue a su casa y volvieron con un pequeño bolso que fueron a dejar en la custodia del bus. Luego dirigieron sus pasos al centro de llamados.
En la esquina se detuvieron un momento. Se abrazaron fuertemente y luego de mirarse un momento a los ojos doblaron la esquina. Lo que vieron las dejó perplejas. Un vehículo policial con las balizas encendidas y gran ajetreo de uniformados entrando y saliendo del local, les indicó que algo pasaba. Se acercaron lenta y disimuladamente y al pasar por la puerta un policía de civil que se encontraba en el lugar, las conminó.
-¡A ver. Ustedes. Dónde van?
-Que pasó -preguntó Maruja, resueltamente
-Hubo un asalto aquí y la víctima dice que fueron dos mujeres jóvenes.
-Y nosotros, ¿qué tenemos que ver?
El hombre las miró un momento inquisitivamente y luego haciendo un ademán con el brazo extendido agregó con voz potente:
- Ya! Lárguense de aquí. No tiene nada que estar mirando!
FIN
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