El Gran Sacerdote se dirige a su soberano:
-Majestad, hay un problema.
-¿Qué cosa es capaz de turbar tu ánimo, Gran Sacerdote?- preguntó sin dar mucha importancia.
-El Nach es mudo.
-¿Cómo?-irritado el rey-¿Qué?¿Cómo que el Nach es mudo? ¡Eso es imposible!
-Majestad, no hay error, hemos realizados los ritos correctamente, lo hemos repetido varias veces, y no hay error.
-No, no, esto puede ser el final de reino.
-Majestad, siguiendo el ritual, el Nach se presentará a usted, y recibirá El Poema de sus manos.
Molesto el rey, protestaba:
-Entregar El Poema, El Poema Sagrado a un desgraciado que no puede pronunciarlo, que no lo puede leer, a ese desgraciado…
-¡No hable asi del Nach!-increpó el Sacerdote al rey-y cumpla con su deber.
Pasó un tenso minuto, que a continuación el Sumo Sacerdote invita al Nach a pasar a la sala del trono.
-Majestad, tengo el honor de presentarle el Nach.
El Nach es un muchacho, un niño, de unos 7 años, bajito, moreno y aspecto apocado.
-¿Sabe leer y escribir este niño?-Preguntó con desidia el rey.
-Perfectamente, majestad.
-Anda, toma el poema.-Dijo riéndose el rey.
El Nach le entrega al rey un papelito, que el rey lee para si: “Gracias”.
El Nach se retiró de la sala del trono, lugar que no volvería a pisar, y sería recluido en el Gran Templo, lugar donde aprendería todo lo referente a las Artes; pero continuó siendo mudo. A los dieciocho años, el joven Nach era un apuesto hombre, fuerte, inteligente, dominador del pincel para los tengwar, al igual que la espada para el combate; pero no podía pronunciar palabra alguna del Sagrado Poema.
Ocurrió una vez que la serpiente del norte se despertó, mandando a todos sus hijos a la guerra, aniquilando todo lo que veían a su paso, y el pueblo Qualewar, donde el Nach pertenece, se siente amenazado, en su frontera norte.
-Ellos son superiores, en número, moral, destreza en el combate y valor.-Decía el general al rey-No podemos hacer nada, solo confiar es su magnificencia.
-No podemos confiar en nada para ellos, arrasan con lo que ven. Debemos combatirles.
-¿Por qué no confiamos en el Nach?-interrumpió la princesa Ireth.
-Ireth Vardamir, el Nach está de sobra en esta ocasión, los dioses nos han dejado. ¿Por qué, Gran Sacerdote, por qué nos abandonan?
El Sacerdote no responde, Ireth está apenada, y el rey ordena al general que prepare las tropas, que habrá guerra.
-En el campo de Jerith, es un buen sitio para esperar a las tropas de los Kundalini.- Sentenció el general.
Esa misma noche, la princesa Ireth dice al Nach:
-Elros Yavëtil, el general ha ordenado a sus tropas que fueran al campo de Jerith, a recibir las fuerzas de los Kundalini.
El Nach, quién en confianza la princesa le llamaba por su nombre, entrega una nota: ”A recibir la muerte. En campo abierto es una locura, un suicidio.”
-Desde siempre, los Qualewari han confiado en el Nach, y el regalo de su Poema.
El Nach, apenado, señala su garganta.
-¿En qué hemos fallado a los dioses?-pregunta desesperada la princesa.
“No se ha fallado. Quédate conmigo Ireth Vardamir”.
A los cuatro días el ejército Kundalini había sobrepasado el bosque oscuro, y estaban cara a cara en el campo de Jerith. El campo de Jerith era una gran explanada, verde, que desde el final del Bosque Oscuro, frontera del reino Quelawar, hasta el río Redi, hay una distancia de 2 km, y una longitud de 10 km, y una ligera pendiente, apenas apreciable. Era cerca de la hora del mediodía.
En el este aparece a caballo una figura imponente, que el sol apenas deja ver, deslumbrante, el Nach, vestido con su uniforme de gala, el capuchón de oro emplumado, y las vestimentas doradas. Solemnemente extrae el rollo del Poema de su Vaina Sagrada, desenrolla, dispuesto todo para leerlo. Expectación en ambos bandos.
-Dispara y mátalo.-Ordena el rey a un arquero.
-Señor, es el Nach, es un sacrilegio.
-¡Dispara, te lo ordeno! Si los Kundaliniri se enteran de que el Nach es mudo, ya no tendrán temor de nada…
-Pero, Señor…
-¡Dispara! Tensa bien tu arco y que atraviese su corazón, que sufra menos que su pueblo.
El arquero soltó la mano, y la flecha veloz, se clavó en el hombro, y el Nach está en es suelo, sangrando.
Los kundaliniri, con las espadas en alto, profieren su grito de guerra y empiezan a avanzar. Al dar tres pasos todos caen muertos, y el Bosque Oscuro, hijo de Kundalini, cae, y todo el ejército y los hijos de Kundalini cayeron aquel día, desapareciendo en las sombras, de donde nunca deberían haber salido.
El rey se dirigió al Nach.
-Padre, Elros ha hecho su trabajo, el Nach ha vuelto a liberarnos de las atrocidades y el dolor.-Dijo la princesa disfrazada.
-¡Hija!
El Nach fue sólo a Muladhara, capital del reino kundaliniri, y dio muerte a la serpiente Kundalini. Para darla muerte, el Nach se dejó comer por la serpiente, y desde dentro pudo clavar su espada en el corazón, pero el veneno acabó con la vida de Elros Yavëtil.
Pero el espíritu del Nach, el regalo de los dioses, nunca muere, siempre está presente, y eso lo sabía Ireth Vardemir desde sus profundidades.
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