CORRIENDO
Corre, corre desesperado en medio de matas y cardos, corre en un intento vano de dejar atrás un horror tan inmenso que aun no asimila el haberlo vivido, corre del bochornoso calor que no se quita ni de día ni de noche, corre con sus 112 kilogramos de peso, su barriga enorme y sus bigotes empapados de sudor, corre con una disculpa anudada en la garganta, con un grito atravesado, con la culpa de su cansancio y su necedad, piensa que no merece esto, que no debió de haberse tomado esas dos cervezas a pesar del calor, piensa en sus hijos esperando a que regrese; corre rezando o mas bien, intentando rezar mientras las espinas rasgan sus brazos y rostro, corre porque no quiso quedarse a ayudar, ni ver lo que él mismo había provocado, corre asustado de su propio susto, corre con el sonido de sus latidos mezclados con un zumbido horrendo y un grito desgarrador, corre con los ojos muy abiertos no quiere ni parpadear porque cada vez que lo hace, cada vez que cierra los ojos, la mira con su bebé en brazos, llorando como él, tan asustada como el; un impulso le hace voltear, solamente para darse cuenta que apenas ha avanzado unos cuantos metros y que siguen ahí los metales retorcidos del carrito que embistió con su trailer.
Aún suena el eco de los gritos, el ruido sordo del tremendo golpe, el sonido de los metales al retorcerse ante sus ojos, al ver sobre de ellos unas enormes llantas, la enorme defensa de aquella enorme mole; protegió a su bebé en su regazo, intentó cerrar los ojos pero el terror se lo impidió, vio el metal del cofre levantarse como si fuera papel, escuchó su propio grito como si se tratara de la voz alguien a miles de kilómetros de distancia, una constelación de cristales la golpeó en la cara y hombros, llama a su esposo, el bebé comienza a llorar, por unos instantes todo queda en silencio y oscuridad, voltea hacia su esposo, su rostro estaba tan asustado como el de ella, sus ojos tan aguados como sabía que se encontraban los suyos, un haz de luz se colaba entre los fierros haciendo brillar la sangre y los cristales incrustados en la cara y en la frente de su esposo, como sabia que brillaban, tanto su sangre como los fragmentos del parabrisas sobre ella; el bebé no tenía un solo rasguño, solo montoncitos de vidrios romos sobre su cuerpecito, la mamá en pleno llanto lo besa, lo llama por su nombre de pila, lo abraza contra su pecho ensangrentado; el bracito del bebé señala hacia un hombre gordo y bigotón, pálido como el papel; la mujer voltea y sus ojos se clavan en los de él, grita pidiendo ayuda, solamente le ve alejarse hacía los matorrales, corriendo.
El hombre corre y tropieza, escucha a lo lejos el llanto del bebé, la humedad de las hierbas se confunde con su sudor, se apoya en las adormecidas rodillas, estira los brazos recargando su peso sobre la tierra húmeda y rojiza, una vez hincado vuelve a llorar con una rabia contenida, con un terror demente, voltea hacia el azul cielo, además de los chillidos del bebé escucha los alegres e indiferentes trinos y cantos de las aves, mira el vuelo de dos enormes zopilotes haciendo círculos sobre él; trata de calmarse, se levanta e intenta regresar a la carretera pero sus piernas no le responden, tampoco sus brazos, por lo menos no el izquierdo, el sudor lo empapa completamente, sus lagrimas también; tantas veces que había escuchado lo que le estaba sucediendo como algo improbable, como historias que le pasaron a un pobre diablo que se encontraba encerrado en el CERESO* del Estado o de algún canijo atrabancado valemadres que había huido después de chocar, antes que llegaran los de la Policía de Caminos; en esos momentos se sentía como una mezcla de ambos, ¡un pobre diablo atrabancado que había huido!; el nunca manejaba cansado sino hasta ahora, el nunca tomaba ni se ponía un perico cuando manejaba, ¡malditas dos cervezas! ¡Nunca le había pasado esto, nunca, nunca!
La mujer intenta sacar a su esposo del coche, colocó al bebé en el acotamiento sobre unas cobijas; ella apenas si puede sentir el dolor en el cuello y en la rodilla, desesperada consigue sacar el cuerpo, solo eso, el cuerpo, pues su esposo ya no está ahí; llora nuevamente con furia, con un dolor enorme, porque sabía que no debían estar en esa carretera, ni en ese lugar, pues seguían sintiendo un poco de rencor por él; apenas después de 16 meses de haber nacido su bebé el papá lo conoció, quedo enamorado de él, la sangre llama después de todo, aun con el sentimiento de enojo por el abandono, aun con la mente colmada de las carencias y el hambre durante su embarazo y los meses siguientes, aceptó casarse con el papá de su bebé; regresaban precisamente de la “Luna de Miel”, de pasar unos días de paseos, caricias, de cambio de pañales y desvelos junto al mar, ahora no disfrutaba del calor húmedo de la costa, ahora regresaban de golpe los reclamos y los corajes guardados, ahora regresaban a su boca y a su mente los reproches, los rechazos, las muchas lagrimas, muchas; aterrada golpeaba el cadáver aun tibio, los ojos nublados rehuían inanimados la mirada colérica, mientras los pequeños puños se estrellaban sobre el pecho inerte, el llanto de bebé se volvía más agudo, mas constante, rítmico e hipnótico, detrás del llanto unos destellos azules y rojos se reflejaban sobre los rostros adornados con los restos del parabrisas.
El hombre sabe que no podrá huir toda la vida, que aunque se entregue a las autoridades que a unos cuantos metros de ahí llegan para dar cuenta del accidente y buscar al responsable, él seguiría marcado por la culpa y el remordimiento, sabe que al cerrar los ojos jamás dejará de ver el rostro ensangrentado de la mujer con el bebé en brazos pidiéndole ayuda; intenta rezar nuevamente; tal vez por la posición en la que se encuentra recuerda cuando era niño y jugaba a “las escondidas” donde sentía que su propia respiración lo delataría, y trataba de aguantar sin respirar el mayor tiempo posible, así estaba en esos momentos, solo, sin la emoción del juego, nuevamente piensa en sus hijos que ya casi no juegan en la calle, tan gordos y sonrientes como él; las lagrimas escurren por sus regordetas mejillas, una fugaz sonrisa de recuerdo, su brazo izquierdo hormigueando, las sirenas de la ambulancia y de las patrullas cada vez más lejanas, un dolor en el pecho que va creciendo, cree que es la culpa, el dolor cada vez mas agudo, el llanto del bebé sobre el sonido de las sirenas, cae de espaldas, su mano derecha trata de arrancar la camisa empapada en sudor, no quiere cerrar los ojos, pues sabe lo que verá al hacerlo, el azul del cielo lo lastima, el sol, el trino de los pájaros, el dolor lo revienta, sus ojos permanecen abiertos.
En la ambulancia la mujer es atendida y desvalijada al mismo tiempo, le quitan los vidrios y la sangre, el monedero y su teléfono, le ponen un collarín apestoso a sudor rancio, mientras arrancan suavemente su cadena que sus padrinos le regalaron en sus 15 años, solo siente el traqueteo de la ambulancia, mira inexpresiva los rostros de los jóvenes rescatistas que apenados no la miran a los ojos, pero le siguen quitando la sangre encostrada en su frente, sus anillos y pulseras; su bebé sigue llorando y de pronto se calma, el pequeño sonríe levantando su bracito apunta hacia la ventanilla, el rencor en ella se calma también, las lagrimas dejan de brotar, porque ahora, así lo entiende ella, comienza a vivir.
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