EL CANDIDATO
El Candidato medía las palabras. Cada pausa e inflexión marcaban la multitud. Era una marea que abarcaba desde el proletario al burgués, el sabio al ignorante, al rico y al pobre. Gente común y no tanto.
El recorrido del Candidato era por todo el país. Ahora, en el desierto norteño, en el despoblado tras el estadio, hablaba de causas y efectos, promesas y realidades. Y su voz se perfilaba nítida a través del calor que mojaba todo. El desierto se reflejaba en las manos y los gritos de sus partidarios nublaban el cielo azul y claro.
En un momento pidió calma y hubo silencio.
Al rematar su discurso, acusó que él era el pueblo y la victoria su estandarte. Con su puño golpeó el podio y las hojas del discurso se confundieron con el papel picado de los vítores.
Por la tarde, cuando un reloj marcaba el descenso del día, una ráfaga de aire apareció levantando polvo y basura. Cruzó por el pueblo y al llegar al despoblado descubrió el discurso del Candidato.
Con gozo tomó las hojas y meciendo su alegría las llevó lejos, pensando que las perdería desierto adentro, que es donde deben perderse todas las palabras sobrantes, aquellas palabras exactas de políticos oscuros y olvidadizos.