Yo había sido el mejor acróbata del mundo. Me encantaba suspenderme en el aire dando vueltas y giros sorprendentes. Volaba con alas de luz. Me confundía con el viento y burlaba a los dioses del Olimpo. El público me aclamaba en cada actuación. Me apabullaba con sus aplausos, con sus gritos. Recorría cientos de circos de toda Europa, Asia, Estados Unidos. Mi fama se extendía como la espuma. Supongo que yo era feliz, a mi manera. Apenas tenía tiempo de pensar. Mi vida trascurría aceleradamente hasta que llegó aquel fatídico día en la ciudad de Nueva York.
-¡Cómo me podría haber imaginado yo, con diez años en aquella época tan triste y opaca, las futuras aventuras que me aguardaban!-. Procedía de una familia humilde: mi padre, alcohólico, apenas se mantenía en pie cada noche, con la borrachera en los bolsillos. Mi madre no soportó tanta desdicha y falleció cuando apenas tenía yo ocho años.
Tuve que aprender a ser fuerte, independiente, valeroso. Entonces me gustaba mucho el circo. Especialmente me entusiasmaban los acróbatas y contorsionistas con sus intrépidos saltos y piruetas. Con once años empecé a saltar y dar volteretas en las habitaciones de mi casa, en el desván, y en cualquier entorno que me fuera bien. Notaba que tenía agilidad y armonía. Me movía con gracia y ligereza. Con dieciséis años me enrolé en la compañía de circo “Circus Magicus”. Allí tuve mi primer amor, mi primer desengaño, pero me convertí en un magnífico acróbata. A los veintitres años dejé esta compañía para formar parte del “Cirque Du Soleil”. Con mucho prestigio y fama ganada a mis espaldas era el artista mejor pagado. Viajaba continuamente. Practicaba, ensayaba nuevas acrobacias para sorprender, para provocar. Era feliz suspendido en el aire. Me sentía tan pleno de vida. Respiraba tanta libertad que dejé de lado mi vida en tierra. Y a veces pensaba: -¿Qué sucede con mi otra vida? ¿Dónde están mis amigos? ¿Dónde está mi casa? ¿Qué mujer me ha entregado su corazón? ¿Qué sucedía con el resto de cosas tan sencillas para el resto de los mortales?-. Algo había que no funcionaba; sin embargo no me paraba demasiado tiempo en pensar, simplemente vivía el momento, hasta que llegó aquel fatídico día en Nueva York.
La noche del 30 de enero se estrenaba en la ciudad neoyorquina un nuevo espectáculo del Cirque Du Soleil. Grandes aglomeraciones se agolpaban en las entradas del teatro. Yo estrenaba un nuevo número de trapecista que consistía en girar cinco vueltas seguidas en el aire, hasta caer en el suelo. Siempre teníamos una cuerda que nos sujetaba el cuerpo por si nos caíamos, ya que nunca colocábamos red abajo. Yo tenía muy ensayada esta pirueta y realmente siempre me sentía seguro.
De pronto, en medio del teatro, una marea compulsiva de espectadores asustados rompía en la noche. Estallaban las sirenas de los policías, de las ambulancias. Jack el maravilloso acróbata de todos los tiempos yacía en el suelo, en medio de un charco de sangre. Estaba en coma.
Nadie diría que Jack saldría de aquel terrible accidente. Todos le dábamos por muerto, pero sucedió un milagro.
-¡Qué dolor!, ¡Dios mío! ¡Me desangro lentamente, pierdo la vista, mis piernas!-
Horas después Jack estaba en el County Hospital en cuidados intensivos. Pasó allí semanas enteras hasta que una mañana de abril abrió los ojos.
-¿Pero dónde estoy? ¿Qué me sucede? ¿Qué pasa? ¡Yo tendría que estar saltando, pero, ¿y mis piernas?. No las siento...¡Yo soy acróbata y necesito mis piernas!-
Yo había sido el mejor acróbata del mundo. Volaba con alas de luz. Y ahora, ¿qué voy a hacer con mi vida? ¡No siento las piernas!
Jack sólo perdió una pierna, pero evidentemente tuvo que abandonar su vida de acróbata. Su recuperación fue durísima, tanto a nivel físico como psicológico. Cada día se lamentaba de su desgracia. Cada día lloraba amargamente. Se veía perdido, acabado.
Dos años trascurrieron del fatal suceso y Jack descubrió un día una nueva ilusión: escribir. Pensó que su vida podría quedar reflejada en un libro y explicar la sensación que tenía cuando realizaba acrobacias, los países que había visitado, sus éxitos conseguidos...Cogió papel y lápiz y empezó a escribir día y noche, noche y día, con tanta pasión que casi no se acordaba de comer. A los seis meses acabó el libro y al cabo de un año ya salió publicado.
Durante todos estos años, Jack cambió considerablemente de carácter. Se volvió más sociable y cariñoso, más abierto al mundo y a la vida. Conoció a una mujer estupenda de la que se enamoró locamente. Encontró auténticos amigos. En definitiva, aprendió que la vida real empezaba ahora.
Yo era el mejor acróbata del mundo. Volaba con alas de luz, pero ahora amo de verdad la vida, le saco todo el partido que me ofrece. No puedo correr, no puedo saltar, pero tengo una mujer a mi lado que me ama. Tengo verdaderos amigos, una nueva familia que me ha abierto sus brazos, la ilusión de escribir, de leer, de encontrar y sentir nuevas emociones. Ahora sí estoy en paz. Mi vida trascurría aceleradamente hasta que llegó aquel fatídico día en la ciudad de Nueva York.
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