Cada tarde al volver de la escuela,
eres el primero quien
me recibe.
Con un simple ladrido,
mis preocupaciones vuelan
como aves en el cielo.
Saltas y te colocas en dos patas
para abrazarme como sí
fueses una persona más de la casa.
A veces te envidio,
siempre lleno de felicidad,
saltas y corres
libremente por el campo del parque.
No tienes preocupaciones
y aunque las tuvieses
las mandarías a volar
junto al viento.
Por un momento
me quedo para contemplarte,
ver cuanto has crecido,
desde aquel día en que te trajeron,
eras tan solo un cachorro entonces
y yo lloraba por otro igual a ti
al que había perdido.
No sólo son recuerdos,
pues sé que no solamente
has cambiado interiormente.
Tu pelaje es más rubio
y no tan blanco como el de antes,
corres más rápido y
estás más grande,
tanto que ya ni puedo tomarte
cuando tan solo eras un cachorro.
Tus ojos, aquel café profundo,
llenos de ternura,
me conmueven tanto
que me es difícil retarte
por cada travesura que haces.
Te acercas a mí y me lames
la mano con cuidado,
como si me hubiese herido
en alguna batalla,
a lo cual respondo con una
caricia en tu mentón.
Pero aquellas caricias acaban,
como si hubiésemos roto
el más hermoso de los hechizos.
Pero algo que nunca cambiará,
es lo que siento por ti,
que siempre te querré Jack.
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