III
K despertó empapado en sudor, como le ocurre a cualquiera tras un mal sueño. Sentía la memoria desfigurada, echa jirones. Recordaba tan solo breves imágenes, cuadros inconexos, el robo de su reloj de oro, dos sujetos que huyen y él corriendo sin poder alcanzarlos, uno de los tipos apuntándole, algo como una quemadura o la picada de un insecto cerca del pecho, la sangre manando a borbotones. Después en el quirófano, el sueño como plomo sobre los párpados, se nos va, el masaje frenético, los golpes eléctricos, no responde...
Levanta la cabeza y se golpea, estira una mano para encender la lámpara pero la madera lo detiene. Empuja tratando de levantar la tapa o romperla, claro que es en vano, porque todo el peso de la Tierra parece descansar sobre aquel cajón de finas terminaciones. En su muñeca el reloj de oro marca la medianoche. Piensa en gritar, pero ya no queda aire. |