La tarde se tornaba oscura, no en mi espacio, no en mi tiempo, en el espacio de aquellos que aun no han comprendido todo esto.
La frialdad recorría las habitaciones contiguas mientras me sumergía en la ternura de mi cuerpo, en la calidez casi perdida de mis brazos, en mis palabras susurrantes, en mis ojos casi huecos.
La sensación de vació me fue invadiendo (Envidiable calma pigmentada de silencios).
Fueron minutos en blanco, observando sin prisa, sin tormentos, mis fracasos, mis reproches y mis miedos.

Relajé mi alma y me acurruque entre muros, (extraña sensación de soledad) mire atenta aquel suceso, pareciera que mi alma ya no estaba en mi cuerpo, como si supiera que era mejor salir huyendo. Y me vi ahí en el rincón de aquel cuarto con creciente olor a incienso. Dibuje mi rostro por última vez en el espejo, dibuje un semblante que se torno extraño llenándome de miedo. Y me mire ahí desnuda casi fría, acurrucada entre aquellas paredes (pesadas alas de ángel que me llevarían a lo eterno).
Posé mi mirada tratando de encontrar arrepentimiento pero el frío calante llegaba puntual arrastrándose en silencio.
Vi con tristeza aquella escena; neblina blanca, espectros deseosos de tomarme entre sus brazos, voces alentándome a cruzar, pensamientos extraños, hechizos eternos, marcaron mi alma de sufrimientos y aprendí que no se mata por fuera lo que esta vivo por dentro.