Se despertó de golpe aquella mañana soleada de verano, por aquel sueño horroroso que perturbaría a cualquiera. Sus manos sudaban como nunca, sus ojos demostraban una inseguridad y un temor que hacía pensar sólo en una cosa “La Muerte”. Se levantó apresurado, su mujer y su hija lo esperaban en la cocina de su pequeña casa, listas para acompañarlo en el desayuno y con las maletas preparadas, ya que ese día se irían de vacaciones al sur.
Su mujer alta, rubia con unos ojos celestes como el cielo y de tez blanca como la nieve le saludó con un beso, beso que demostraba el apasionado amor que la pareja se tenía. Su hija pequeña de cinco años, rubia como su madre y de ojos cafés como los de su padre, corrió a los brazos de él para que este la tomara en brazos y le diera un beso en la frente como lo hacía cada mañana antes de irse al trabajo.
La esposa del hombre al ver el rostro de espanto de su marido, le pidió dulcemente a la hija que fuera a arreglarse, porque ya partirían en su viaje. En el momento en que la niña salió de la cocina la mujer abrazando a su marido y pensando en qué le estaría pasando, le preguntó. -¿Amor qué te pasa?- a lo que él contestó –Nada mi amor, sólo tuve un mal sueño, no te preocupes y arreglémonos para salir, que hoy es un día estupendo para viajar.-
Era cerca del mediodía, cuando la familia se disponía a emprender su viaje, sus ansiadas vacaciones. Subieron al auto, atravesaron toda la ciudad, una ciudad tranquila con niños jugando en las calles, parejas de novios en las plazas, personas paseando a sus perros, era como un sueño todo se veía perfecto. El sol brillaba como nunca pero no era un sol agobiante sino uno que agradaría a cualquiera y este acariciaba el rostro de la pequeña Camila (nombre de la hija) que asomaba su cara por la ventana para recibir el viento de frente.
Salieron de la ciudad y la carretera quedó desierta, las últimas casas que acompañaron a los viajeros eran casas enormes, parecían mansiones de esas que se ven en las películas, con grandes patios un antejardín inmenso con muchos árboles y flores que adornaban la entrada a las casas del fin de la ciudad. Ya solos en la carretera, se percataron ambos padres de que ningún otro auto se veía en kilómetros ni de frente ni a sus espaldas, lo cual les pareció raro ya que era día Domingo y primero del mes de vacaciones, día en que todos acostumbraban a escapar del agobiante estrés de la ciudad, de las horas de oficina, de los autos y las nubes negras que salen de las fábricas. Al ver todo vacío les pareció extraño y a la vez cómico.
Eran horas y horas de manejar y el hombre se sintió cansado, el sol se tornó agobiador y no había ni una nube en el cielo. La niña y esposa del hombre, se habían quedado dormidas debido al intenso calor que se sentía aquella tarde de verano. La transpiración en las manos del hombre le impedían tomar muy bien las curvas en la autopista, debido a que el sudor le hacia resbalar las manos del manubrio, así que constantemente tenía que secarlas con un pañuelo. Su mujer despertó, lo vió cansado y le dijo que pararan a descansar, pero él le respondió que no se preocupara, que estaba bien y que se volviera a dormir.
El sol comenzó a ponerse y con eso el calor disminuyó enormemente, pero el cansancio era cada vez mayor, el cielo se veía color plomo y rojizo, con tonos morados y azules un espectacular juego de colores se veía aquel día. Las estrellas comenzaron a salir, el hombre se distrajo por un momento para ver el cielo y todo se obscureció.
Rojo era todo cuando despertó, sintió frío y escalofríos por todo su cuerpo. No podía abrir un ojo, trató de pasar su mano por la cabeza porque algo le molestaba pero no pudo, la giró lentamente y vio que su brazo estaba inmovilizado, que él estaba en el suelo y que su auto estaba volcado unos metros más atrás en un charco de sangre y bencina reflejada por las luces del vehículo. Se levantó como pudo, corrió hacia el auto y vio como su mujer abrazaba a su hija, ambas fallecidas, la madre tenía el cuello roto y la hija recibió un golpe en la cabeza la cual se le partió. La sangre la cubría entera. El hombre se deshizo, se tumbó en el suelo, con su cuerpo lleno de heridas, no vio la curva del puente que estaba en frente de él y se volcó. Ahí estaba el puente que terminó con la vida de su mujer y su hija, en ese fatal día. Ahí se encontraba él tirado en el suelo llorando por el brutal accidente, por su irresponsabilidad. Su familia yacía a su costado y él ya nada podía hacer, todo era como en su sueño, pero había algo que faltaba, en el sueño él también perdía la vida, y en ese momento de desesperación era lo único que él deseaba, perder su vida y recuperar a su familia.
Sus manos temblaban, ya no tenía voz, la noche cada vez más obscura, ni un alma en kilómetros, la desesperación era enorme, su corazón latía velozmente. Su mente estaba en un sólo lugar, en la mirada de su mujer por la mañana y en el beso que le dio a su hija antes del desayuno. Sólo se le ocurrió una cosa, se puso de pie caminó como pudo hacia el puente, estuvo parado mirando el vacío por casi una hora, no aguantaba más este dolor, se paró en la baranda del puente y saltó. En ese minuto todo se desvaneció, todo recuerdo era nada sólo su familia y él estarían juntos, se desmayó mientras caía, abrió los ojos y comprendió que ese día no debería viajar con su familia, soñar dos veces con su muerte significan algo, se levantó rápido de la cama corrió y abrazó y besó a su hija y su mujer y les dijo: -las amo son mi única familia y siempre estaremos juntos-.
Fin.
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