II Parte
Resumen: Frank Mirone es el capo de la mafia que acoge a Connie, una joven cortesana que agradece su gesto. En medio de todo esto, se suceden intrigas, siendo Boney quien odia al jefe y su único deseo es desbancarlo algún día...
Frank Mirone no podía dejar de pensar en aquella chica que había hospedado en una de sus residencias. Si bien no había tenido relaciones con ella, desde el primer día en que la vio, se sintió embargado por una enorme ternura y eso era una cosa extraña para él. No podía decirse que se hubiese enamorado de la muchacha ya que la diferencia de edad entre ambos era enorme pero la atracción ejercida por ella era real y consistente. Mirone era un hombre solitario que se desenvolvía en un mundo plagado de seres serviles que le pelaban los dientes en su presencia pero que le apuñalaban su espalda a punta de injurias y maldiciones. Boney era uno de ellos, acaso el más peligroso y sólo esperaba una oportunidad para deshacerse del capo, hombre que lo había recogido de las garras de la miseria siendo apenas un muchachito.
-¿Te sentarás a comer de una buena vez o vas a esperar que te arroje esta palangana de sopa hirviente, perro mal nacido?
La que así hablaba era la Moscatina, una vieja que de limosnera había pasado a ser la maestra de cocina del capo y que ahora lo miraba con ojos de basilisco.
-No te sulfures mujer y compréndeme ya que no se que será peor: esa palangana de sopa hirviente o tus atroces guisos de carne.
Mirone lanzó una estridente carcajada, coreada por todos los comensales.
-Debiste asegurarte antes de acoger a esta vieja endemoniada, mira que es muy posible que ella sea la reencarnación de la mismísima Lucrecia Borgia.
Peerson se cubrió la cabeza con sus dos manos mientras se reía a carcajadas, puesto que sabía que la anciana se le vendría encima para azotarlo con su paño de platos. Efectivamente, en medio del barullo de risas y exclamaciones festivas, la Moscatina se arrojó sobre el hombre buscando algún flanco descubierto para atacarlo.
Después de la cena, Boney, el Judas del grupo, sonreía cínicamente mientras le contaba al resto sus proezas con Connie.
-Ella es de primera muchachos, realmente de primera, créanme. Una palomita de piel muy blanca, muy mimosa y bellísima. Y hace el amor con una destreza aprendida no se donde, pero eso no…
-¡Basta!- bramó Mirone arrojando un tenedor con fiereza, el que quedó tremolando sobre la nariz del Juez Mirage, un pariente cercano del capo que posaba muy compuesto en el retrato al óleo colocado en la pared del fondo.
-No es necesario que hagas alarde de tus proezas amatorias, bribón. Me gustaría más que nos contaras de tus éxitos en las tareas que te encargo- repuso el capo, notoriamente molesto.
-Me parece que no quiere reconocer mis méritos estimado señor- contestó el tipo mientras se escarbaba los dientes con una cerilla.
.¡¡No los reconozco por que tus logros son insuficientes!!-gritó el viejo al mismo tiempo que golpeaba la mesa con su enorme puño. -Si no te superas, muchacho, creo que tendré que tomar serias medidas. ¡Me has arruinado la cena!
Mirone se levantó bruscamente de la mesa y abandonó el comedor. La vieja Moscatina, enfurecida, retiró el plato profiriendo horribles injurias. Boney aún sonreía cuando el capo asomó su cabeza por entre la cortina y apuntando al hombre con su dedo, le dijo:
-Desde este mismo momento te prohíbo que te acerques a la muchacha. ¿Entendiste?
Boney agachó su cabeza y asintió mientras sonreía por lo bajo. “Se ha enamorado de ella el muy zorro” pensó para sus adentros.
Esa mañana, Connie despertó bruscamente. El timbre de su departamento sonaba con insistencia y ella, adormilada aún, se levantó de un salto y colocándose su bata fucsia, se aproximó a la puerta y la entreabrió sin sacar el seguro. La que llamaba era la vieja Moscatina que traía un enorme paquete entre sus escuálidos brazos.
-Ábreme la puerta chiquilla que el jefe me manda dejarte este asunto.
-¿Qué es eso?- preguntó la muchacha, aún no repuesta del ajetreado trasnoche.
-Pues ábrelo y lo sabrás, le contestó la vieja riendo como una bruja.
El rostro de la chica se iluminó al contemplar el precioso vestido que tenía entre sus manos. Era un obsequio de Mirone, quien deseaba que lo usara para la fiesta que daría a fines de esa semana.
-¡Esto es realmente una belleza! ¡Y debe costar una fortuna!
-¿Y eso a ti que te importa? El jefe tiene más dinero que cabellos sobre su ruda cabeza- dijo la anciana. Además, este vestido no se compara ni con mucho a los que tengo en mi guardarropa- prosiguió la Moscatina, lanzando una carcajada que hizo temblar la cristalería de una pequeña repisa.
La muchacha rió también de buena gana y ya totalmente despierta se probó el vestido para pasearse después garbosa frente a la vieja.
-¡Pareces una reina, chiquilla!- la vieja la miró con detención y en sus ojos se dibujó una expresión muy similar a la tristeza. Lo que Connie no atisbó fueron esos latidos diferentes que tañó el gastado corazón de la vieja a manera de repique por esa hija que un día cualquiera se fugó de su casa y nunca más regresó.
-Pareces una reina- repitió la vieja con sus ojos brillosos.
-Boney, tendido en su camastro, contemplaba el techo de su habitación mientras silbaba una suave melodía. Esa tarde acudiría al Terminal del Oso Mayor para realizar una importante transacción y sabía que si todo resultaba bien, recuperaría en parte sus bonos. Pero el asunto no era fácil y menos para él que no era muy avezado en este tipo de negociaciones. En todo caso, Aldo Spaccini le secundaría y como era un muchacho despierto, le serviría de muy buen apoyo. De pronto dejó de silbar y su rostro se crispó en una mueca de odio. La imagen del viejo Mirone se apareció en su mente increpándolo. Le pareció ver al hombre allí de pie frente suyo para sermonearlo por su holgazana costumbre de dejarlo todo para último momento.
-¡Maldito bastardo!- se dijo para sí, empuñando sus manos. ¡Ah! ¡Como odiaba a aquel hombre que a menudo le hostilizaba y humillaba y que para el colmo de sus pesares era el patrón, el capo, aquel que tenía licencia para hacer y deshacer con él. ¡Como deseaba apretar ese cuello de buey decadente hasta que sus ojos se desencajaran y asumir por fin el mando de aquella importante organización. Ser jefe debería ser fácil ya que los demás lo hacen todo. ¡Ah! ¡Como ansiaba desbancar de una buena vez a ese viejo zorro!..
(Continúa)
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