Esta es la historia de un hombre, que antes de poner un pie en el suelo, se masturba. Y lo cierto que un día sin masturbarse podría llegar a ser un día insufrible, irreal, inexistente.
Un día, en la calle, mientras iba andando al trabajo, se cruzó con una chica maravillosa. Pero, se fijó en sus ojos; esos ojos cautivaron, al momento, mientras sentía una presión en el pantalón, fue a un servicio del bar cercano, para descargar aquella presión. Se miró al espejo, después de terminar:
-Es la primera vez que me hago una paja sin poner nombre a la chica, sin saber su nombre.
Y se fue al trabajo, llegó tarde, desde luego, pero todo el día estuvo imaginando nombres para nuestra maravillosa chica.
Al día siguiente se levantó directamente, y andando por el mismo sitio no se encontró a la mujer de su imaginación, se sintió frustrado, y, al llegar al trabajo, para liberarse del estrés, se masturbó pensando en aquella presentadora de un programa de televisión.
Al día siguiente tampoco la vio.
Ya era sábado, “por fin”, pensaba nuestro amigo. El día de fiesta, hasta que se fue a dormir, y antes vio a la chica, a lo lejos. Su sonrisa, pero no sabía su nombre; mas se masturbó pensando en la gogó, y luego en la camarera e incluso terminó pensando en la vecina. Y al terminar esta sesión, tuvo ánimo para otra, pensando en la presentadora de su programa de televisión favorito, la compañera de estudio, otra vecina, la hermana de un amigo suyo, otra hermana de otro amigo suyo. Y otra tercera sesión, recurriendo ahora a los recuerdos suyos, a las primeras chicas, sin menospreciar a la panadera, a otra de las camareras, a una amiga. Al terminar la tercera sesión, ya decidió dormirse desconociendo el nombre de la misteriosa mujer.
Después del animado fin de semana, llega otra nueva, con su rutina, que antes de poner el pie en el suelo, te obliga a masturbarte.
-Un día se me va a acabar la lista de chicas que me gusta.-pensó para si nuestro amigo.
Pero la rutina nos tiene reservada sorpresas, muchas desagradables, otras, no tanto. Esperando en la cola, para pagar un impuesto, la persona que tenía atrás tropezó, dándose con él. Al darse la vuelta, para ver quién era, se encontró con el rostro a menos de 15 cm, con la sonrisa, de la misteriosa chica. Se quedó petrificado, sin darse cuenta de que al sujetarla, una mano cubría un seno de la chica.
-Perdón.- se incorporó la chica.
Ya se dio media vuelta, y la timidez no le dejó emitir ningún ruido, y menos preguntar su nombre. Ya recuperado del susto, nuestro amigo se percató lo que su mano izquierda había sujetado; reprimía darse la vuelta de nuevo, ya que se avergonzaba del motivo: comprobar si tenía sujetador o no, aunque a él le quedaba la sensación de que no llevaba. Después de pagar el impuesto, al darse la vuelta, pudo corroborar la suposición:
-Adiós.- fueron las primeras palabras de nuestro amigo a la chica misteriosa mientras se fijaba en sus pechos, ignorando sus ojos.
Al llegar a su casa, fue directamente al servicio, a masturbarse, con la mano izquierda. Las masturbaciones con la mano izquierda, las pocas que se había hecho, le reportaba más placer, pero, al ser diestro, la dificultad era mayor. Pero ese día su mano izquierda, no sé si valía millones, pero si 4 pajas.
Lo malo de estas sesiones tan fuertes es que al día siguiente hay que descansar, no por falta de tono sexual, sino por que en el pene se forma llaguitas, que hay que dejar que cicatricen. Un día sin masturbación es un verano sin Sol, un verano sin ver a las chicas con sus vestiditos cortos, un verano sin alegrías.
-Menos mal que falta poco para el verano.- pensó para si nuestro amigo.
El calor, además de aligerar la ropa a las mujeres, hace que nos soltemos más, incluso, que nos podamos masturbar en cualquier parte sin correr el riesgo de resfriarnos. Cuantas veces nuestro amigo imaginaba que iba con una amiga en cualquier camino que había para ir a los cerros, y ella de repente decía:
-Llévame a ese llano, y hazme tuya.
Pero en esta ocasión el calor le iba a jugar una mala pasada:
-Debo decidirme, y preguntar el nombre a la chica.
-No creo que lo hagas.- contestó su amigo riendo
-No no, esta me gusta.
-Pero si a ti te gustan todas.¿Cuántas chicas tiene tu lista? ¿Treinta y cinco? ¿Cuarenta?
-Cuarenta y dos.-contestó nuestro amigo molesto por el tema de la cantidad.
-Bueno, ya veremos que haces.-Continuaron las risas.
En esa misma noche, la ocasión fue propicia, para preguntar, y lo hizo:
-Hola, perdona, ¿cómo te llamas?
-Pilar.
-Yo me llamo Pedro.
-Muchas gracias por el otro día, no dejarme caerme.
-No, debería dártelas a ti.
-¿Por qué?
Pedro miraba su mano izquierda, mordiéndose la lengua:
-Nada, cosas mías.
-¿Qué cosas?-preguntó Pilar con su sonrisa.
-Antes de saber tu nombre te he metido mano.-riendo contestó Pedro, que no pensó en añadir el número 43. |