Se creía portentoso, cientos de disertaciones discriminadas por doquier eran su mudo testimonio, y aquellos dados al escudriñamiento paseaban sobre la responsabilidad del escriba emitiendo dictámenes, veredictos y sentencias
¿Mi opinión particular? No hay boato en su discurso, aunque tesis perdidas en la amnésica bulimia de una mente prolífica nunca vieron la luz, la poca evidencia nauseada en noches de alcohol y tabaco yace por el suelo a la espera de un descubridor, o se pierde en las redes a la caza de algún desvelado cyber navegante de gusto churrigueresco que tenga tiempo de detenerse un poco a disfrutar de las letras extintas como extinto es el exiguo equilibrio de su razón, la razón del escritor quiero decir. Yo fui uno de esos desprevenidos que le leí, y sorprendido quedé atado ante la prosa cargada de entelequia, ensueño y pesimismo, con breves destellos de cordura que me volvían violentamente a la realidad, era loco. Pero ¿Quien es más orate?, ¿el desequilibrado que blandiendo un garrote persigue al inocente, o aquel que encomendó tal armamento al lunático a sabiendas del lógico desenlace?
Era loco, pero escribía del amor con tal desenfado que el ritmo cardiaco se aceleraba, y el espíritu liberaba en el ambiente bálsamo de vida eterna e ilusiones somnolientas. Sus letras bien inducían a amar o a odiar con similar pasión, a alegrarse o a deprimirse hasta inducir a la inmolación pecaminosa y es que leyéndole se pasaba de un sentimiento a otro sin pausa.
Ahora, tirado sobre sus propios desechos mengua esperando el final de la jornada, sus excreciones regadas por todas partes han servido de alimento a posmas y otros bichos, pero las cosas del espíritu son tal que los nauseabundos efluvios han canjeado su mente mostrando al óbito como un camino cierto a un paraíso inexistente.
|