Repasando las 43 palabras del discurso ensayado, abre la puerta y encuentra a su mujer preocupada. ¿Cómo explicarle que extravió su anillo de matrimonio?

Condenado a ser echado de la casa, asume frontalmente que el aro quedó en el fondo de una bañera rosada, después de un largo y lento sexo húmedo con una diosa recién conocida; que se equivocó y que está en ella la decisión de castigar con el exilio el error o perdonar el momento de locura.

Furiosa entra al cuarto y tira la puerta, tira lo que encuentra, vocifera en monólogo por 32 minutos. Sale a la sala y con los ojos llorosos le invita a superar la situación juntos, con el amor de siempre.

De lo que ella no se percató fue del traje sucio y de las manos llenas de grasa negra. ¿Cómo justificar que mientras cambiaba una llanta pinchada, el anillo deslizó por las manos sudorosas y grasientas, rodó por la calle hasta dar a los confines inalcanzables de una alcantarilla?... ¿Quién se lo iba a creer? Mejor rumbero que embustero.