Frank Mirone se tomó la barbilla y miró de reojo a la rubia Connie, una meretriz que había llegado a su reducto para solicitarle protección. Ella trabajaba sola y eso le acarreaba grandes problemas puesto que era acosada por seres viciosos e inescrupulosos que no le pagaban sus servicios y pretendían explotarla.
-Tenga en cuenta señorita que su problema no me incumbe puesto que yo tengo asuntos de mayor envergadura que tratar-le dijo el capo a la tímida muchacha, mientras hurgueteaba en una carpeta repleta de documentos.
-Lo sé muy bien mi señor pero el asunto es que no puedo recurrir a la policía ya que me detendrían a mí y como comprenderá, sería risible una demanda de mi parte hacia aquellos rufianes.
Mirone pareció no escucharla y continuó revisando sus documentos. Finalmente, tiró la carpeta en uno de los cajones de su escritorio, encendió un cigarrillo y luego, achinando sus ojos para visualizar a la chica a través de la densa cortina de humo, se dedicó a contemplarla con sumo detenimiento. Cuando el pitillo apenas era un pequeño trozo entre sus dedos regordetes, llamó a viva voz a Peerson, su hombre de cabecera.
-Dime Frank
-Hum. Hazte cargo de la señorita. Consíguele una habitación cerca de acá y necesito que la custodie alguien. Pero quiero que le quede claro que estará disponible para nosotros en cuanto se lo solicitemos- le dijo a la chica que le miró con rostro de agradecimiento.
-Bien sabía yo que usted era un santo, señor Mirone.
Los problemas parecieron disiparse de la vida de Connie ya que ahora estaba bajo la tutela del más temido capo de la mafia. No le faltaban los clientes, descontando los requerimientos de Mirone, que la solicitaba con relativa frecuencia, ya sea para satisfacer sus propias necesidades o las de sus subalternos.
Boney, uno de los más ambiciosos colaboradores del capo, era quien más acudía donde la chica y ella accedía a sus peticiones con un dejo de temor, puesto que el tipo tenía aficiones muy dificiles de complacer. Era el típico cliente que requería de escenarios y accesorios especiales ya que sin ellos era una completa nulidad. Entre azotes y jadeos, una noche le confesó a Connie que si él estuviese a la cabeza de la mafia, a ella le sonreiría el mundo. La chica le miró con un dejo de repulsión ya que pese a su profesión, se presumía de ser una mujer decente que estaba profundamente agradecida de Mirone. Enfurecida por la deslealtad del tipo, crispó sus delicadas manos alrededor del látigo que sostenía y azotó con todas sus fuerzas la espalda de Boney pero sólo consiguió que este le pidiera más y más y más hasta que ella se quedó sin fuerzas sobre el lecho...
(Continúa)
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