Era un caluroso mes de julio cuando mi madre me llevó por última vez al cine. El Karate Kid recién se había estrenado, así que le pedí a mi madre que me llevará. Ella accedió sonriente, no sin antes ponerme una serie de condiciones al respecto. Entre mis labores se habían agregado el barrer, trapear y tender las camas, sabía que era un abuso, pero no importaba, tenía que ver la película.
Al llegar a los cinemas todo era un caos, por todos lados había filas para ver dicho filme y los revendedores se abarrotaban alrededor de la taquilla. Mi madre preguntó por el precio de los boletos de reventa, los cuales oscilaban hasta en le triple de su valor, por ese motivo decidió que nos formáramos, aunque alcanzáramos la última función. Mi primo Pedro y yo estábamos muy emocionados. Nos habíamos comprado una cinta idéntica a la que usaba el protagonista, el vendedor muy cortes nos la amarro en la frente. El grabado no era nada fuera de lo común, pero al ponérmelo sentía que era uno de los mejores karatecas. Era tal mi frenesí que ensaye mi primer patada en mi primo, la cual pensé iba dar al estomago, pero en un error de calculo, fue a dar a las partes nobles. El choque fue genial, se doblo en segundos, al tiempo que alcanzaba a susurrarme un par de maldiciones. Apenas se hubo recobrado, decidió tomar venganza, pero en eso la fila comenzó a avanzar y no tuvo más remedio que aguantar y esperar la revancha. Al entrar y conseguir los mejores asientos platicábamos como pericos, era un cantar de grillos por todos lados.
La función se había retrasado, así que le pedimos permiso a mi madre para ir a jugar con los demás niños que había en la sala, mi madre nos dedicó una linda sonrisa y aceptó, no sin antes hacernos un sin fin de recomendaciones. Corrimos a lo largo y ancho del recinto, en ese pequeño lapso hicimos amistad con otros niños y formamos dos bandos. Era el momento de la verdad, afiance mi cinta y todos comenzamos a dar patadas al aire, hubo un momento en que la inspiración me hizo dar una patada de giro, pero en un instante sentí que algo elevaba mi otro pie en el aire, por un momento no vi más que estrellas y todo se torno oscuro. Cuando hube vuelto de mis penumbras, Pedro se carcajeaba con otros niños, me paré dispuesto a todo, pero en esos instantes se apagaron las luces y entre risas y nervios regresamos a nuestros asientos.
Al salir del cine los comentarios me hicieron olvidar mi desquite. Era fantástico platicar, como un viejito como el tal Miyagi, tuviera esa agilidad increíble, era genial que pudiera enseñar en tan poco tiempo las mejores técnicas del karate. Para mí fue muy sorprendente que al pintar una cerca o una casa se aprendiera la mejor defensa personal. Pedro se había impresionado con la técnica de la grulla, la cual había practicado el protagonista del filme, al subirse en un polín enterrado en la playa, es ahí como conservaba el equilibrio y realizaba las mejores patadas de karate abriendo sus brazos, imitando a las grullas que sobrevolaban a su alrededor.
Nunca olvidaré que llegando tenía ganas de pintar las paredes de toda la casa. Pedro por su parte fue al baño y tomó una de las cubetas de mi mamá, se subió en ella y empezó a imitar al protagonista con la técnica de la grulla. Las dos primeras patadas le salieron geniales, por un momento llegue a pensar que Pedro realmente estaba aprendiendo dicha técnica. Cuando estuve apuntó de imitar su ejemplo, dio la tercer patada y al caer, la cubeta resbaló y Pedro estaba suspendido en el aire (lo recuerdo tan nítidamente, mis ojos parecían desplazarse en unos momentos a su alrededor, era como las películas de Matrix), el impacto que se dio fue fenomenal, cubetas y escobetas volaron por todas partes. Mi madre lo llevó al hospital y le dieron seis puntadas en la cabeza.
Hace unos días Pedro y yo nos reunimos y fuimos a ver Matrix, al salir decidimos dar un paseo alrededor de un parque que se hallaba cerca del cine, al caminar platicamos de nuestras aventuras cuando niños, después nos despedimos con un abrazo y la promesa de vernos en otra ocasión.
Ayer mi tía me habló por teléfono, dijo que quería pedirme un favor.
-Hijo platica con Pedro, ya son varias noches que sale de la casa con esa maldita gabardina negra y sus lentes oscuros. Un día de estos los van a confundir con un judicial o con un narco.
-Tía no te preocupes- le dije lo más tranquilo posible- yo hablo con él. Mañana que vayamos a ver el estreno de El Hombre Araña te aseguro, cambiara look.
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