Estoy parada en la estancia de mi casa; extrañamente hoy, decidieron venir muchas visitas, algunas conocidas y otras no.
Mi cuerpo se siente extraño, siento un extasis que hacia mucho no sentía, es como si volara. Pero ¿por qué nadie me saluda?, pasan inadvertidos a mi lado, con pañuelos y lágrimas escurriendo por sus mejillas.
A pesar de ser invierno, no siento frío; mis ropas son ligeras pero negras, como siempre lo han sido. Mi cabello hoy, no está revuelto, se encuentra bien peinado y me siento descansada.
Mis labios estan fríos y por primera vez, después de tanto intentarlo, tienen el color rojo pálido que quería. Mi piel es blanca, casi pálida; pero no me siento enferma.
Grito, me acerco a la gente; y a pesar de estar acostumbrada a su ignoro, ni siquiera me regalan esa mirada de desprecio que me otorgan cada que vienen a visitar a mi madre.
¿Dónde deje mis zapatos?, mi recamara esta confiscada; pues con qué derecho la cierran. Hoy mis manos estan frías y las uñas son más negras que de costumbre.
Me miro al espejo, y mi rostro demuestra una felicidad antes inexistente. Alguien llama, me ha visto, dice mi nombre con una voz lugubre pero tentadora.
Comienzo a esquivar a la gente, estan todos revueltos en mi sala de estar. Al fondo logro ver una caja, grande y café; atrás de el, esta un caballero, mágico, atractivo, tal vez tentador y misterioso.
Toma mi mano y me dice "Mira al interior de la caja"; ahí estoy, en el letargo eterno, presenciando mi cuerpo muerto, sin vida, sin susupiros.
No me impresiono, al contrario, siento un placer, un extasis; creo que al fin he encontrado mi camino, mi príncipe.
Me voy con él, sin pena; de su mano voy tomada, caminamos por un camino sin fin.
Gracias muerte, por evitar lágrimas en mis ojos y sufrimiento nocturno al morir; gracias por hacerme encontrar la felicidad anhelada... |