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Inicio / Cuenteros Locales / atreides54 / Soledad

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De repente se sintió solo. No se oía el menor sonido en el ambiente, salvo el de la lluvia que no cesaba en su repicar. El ruido del tráfico, que tanto lo había perturbado mientras trataba de descifrar las fórmulas matemáticas que comprendía su próximo examen en la facultad, había desaparecido.

Tardó unos momentos en percatarse de una sensación extraña, como una percepción interior, que lo invadía y le avisaba en un idioma extraño y desconocido, solo perceptible inconscientemente, de que algo que no podía entender y retener, que fluctuaba, iba y venía sin poder precisar. Ese extraño estado de ansiedad fue in crescendo.

Del ajado paquete de cigarrillos que había sobre su mesa extrajo uno y lo encendió. Imaginó a su esposa y a su pequeña hija jugando y viendo televisión en el comedor y decidió darse un descanso en su estudio.

Fue a verlas. En la cocina no había nadie. Llamó, y sólo el silencio, matizado por el ruido de la lluvia, le contestó.

Buscó en el dormitorio, en el baño, en el garaje. No estaban. Volvió a su estudio tratando de pensar en dónde podrían haberse metido porque no había sentido la puerta de calle y entonces no deberían haber salido de la casa.

Salió al patio. Estaba a oscuras. Al oprimir la tecla de la luz, la primera sorpresa lo dejó con la boca abierta, contemplando absorto el terreno rocoso, coronado por pequeñas matas de hierbas, que se extendía donde siempre se encontró su patio embaldosado. No existía el muro medianero con la propiedad del vecino, ni existía ésta.

Hasta donde se extendía la luz de la lámpara solo se percibía ese páramo rocoso con sus escasos brotes de vegetación.

Cuando se recobró de su impresión, volvió a la casa, muy agitado y a manotazos prendió todas y cada una de las luces y buscó y rebuscó por todas partes a sus seres queridos.

Al fin, psíquicamente agotado, se refugió en el comedor. La pantalla apagada del receptor de televisión atrajo su mirada. Fue hacia él y lo encendió. Recorrió todos los canales y obtuvo siempre el mismo resultado: una fina llovizna gris. Se dirigió al receptor de radio y recorrió todas las bandas sin escuchar ninguna señal audible, a no ser algunos extraños pitidos en la banda de 49 metros que se podría imputar a la estática. En ese momento, para hacer más desconcertante su extraña situación, se cortó la luz. Un grito interior que, subyacente desde su salida del estudio, se agarrotó en su garganta. En su persona estalló un bestial alarido. El terror desgarró todas sus fibras más íntimas y lo envió temblando hacia un rincón donde quedó ovillado en el suelo, mientras espasmos musculares recorrían sus miembros.

No supo cuanto tiempo permaneció acurrucado, en posición fetal, sollozando.

Poco a poco fue recobrando el dominio de su cuerpo y de su mente.

El reloj titilando en la oscuridad, llamó su atención. Indicaba las 3 AM y recordó que al salir de su estudio eran las 10 PM. Cinco horas de su vida habían pasado en su estado de animal sollozante en el rincón de la cocina.

En ese momento tomó la firme resolución de impedir que su cuerpo se dejara dominar por el shock que le había producido su situación y poniéndose de pie se dirigió a tientas hacia el armario donde guardaba una linterna. Encendiéndola llamó a gritos a su esposa, a su hija, a sus vecinos, a alguien, pero nada más que el eco de su voz resonó en la casa vacía.

Sus pasos lo condujeron hacia el armario de bebidas, tomó la primera botella que se puso a su alcance y, directamente del pico, empezó a beber. No cesó hasta terminarla. En ese momento, favorecido por el alcohol, todo se juntó en su mente: su vela nocturna, sus estudios, su extraña situación, la oscuridad que lo rodeaba, ... Lentamente, pareció que su cuerpo se derretía, fue cayendo hacia abajo, primero se puso de rodillas y luego se estiró en el piso, donde quedó estirado sobre la alfombra.

Su sueño fue intranquilo. Se revolvió de un lado a otro, gimiendo. Cuando despertó no supo enfocar correctamente sus pensamientos y pensó en la estúpida situación en que lo encontraría su esposa, tirado en el piso del comedor, en lugar de estar estudiando.

Al levantarse, vio la linterna apagada a su lado, la botella vacía de la que tan generosamente había hecho uso la noche anterior y como una ola golpeando ante un escollo, lo ocurrido golpeó en su mente. Se precipitó afuera y vio que nada había cambiado. El paisaje se extendía a todo su alrededor, tal cual lo recordaba: rocas, manojos de hierbas, algo a unos cien metros que parecía una hondonada, montañas a lo lejos, bosques a su espalda...

Nada más que él y su casa solitaria.

Texto agregado el 16-09-2003, y leído por 320 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-01-2005 :) Excelente. De principio a fin. zim
10-11-2004 Me gustó muchísimo mer merche
14-04-2004 Texto complejo, profundo. Excelente prosa. Mis felicitacios. Y un gran saludo. islero
 
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