Y si empezamos en la pubertad, encontramos a los chicos… todos como uno sólo: el galán bohemio, el deportista, el bromista tímido y el chico culto-culto. Todos como perfectos engranajes, encajando y haciéndome lo que fui, ese yo púber. Pero el cerebro se expande, los chicos piensan que deben de tomar rumbos y decisiones. Deciden que sus posturas se enfrentan, que no pueden recibir nada que sirva de los otros y se largan. Y yo, en el medio, cual Túpac Amaru pero, en mi caso, los caballos fueron ellos cuatro.
Esa fue la pubertad: una división extraña de tiempo de fiesta, tiempo de escape y tiempo de sueño. Partiendo el calendario para que los chicos no se encuentren, lo logré con éxito. Al menos hoy se saludan. Los elevé a categoría de reyes, los necesité y pensé que era necesitada (aún no sé si fue sólo un “pensar” o algo real), fueron mi vida entera un de par de pares de años y ese yo jamás se los podrá librar.
Cuatro nombres en caja fuerte, cuatro peleas y amores de verano… siguen intactos. Todavía hoy me encuentro, de vez en cuando, jugando con números para sacarlos a pasear. Todavía los siento como la cadena que me regresa a los orígenes: si me pierdo, como suele pasar, suelto un tímido “siguen vivos?” para que las respuestas me traigan de vuelta al mundo sin el traumático proceso de revivir la caída. Todavía son reyes, pero en voz bajita.
Pero la pubertad también pudo conmigo y trajo los sentimientos y problemas encontrados, como suele suceder. Lamentablemente siempre me diferencié por no dejar caer mi cabeza entonces no pude escapar de esos cuestionamientos deliciosos y atroces que me trajeron por vuelto un año más de colegio, amigos despilfarrados y la certeza de que nadie más me conocía ni un ápice. Que el mundo es una mierda y el capitalismo, ni qué decir! Que el amor (ay, el amor!..) es un juego de azar puro en el que el coincidir tiene las mismas probabilidades que tenía mi madre de ganarse la Tinka ese año que planteó un viaje a Disney. Terrible amor, lo hubiera tomado como predicción de los años venideros, pero bah! La misma capacidad lamentable de hibernar en mi misma me salva a veces de perder la cabeza por esos menesteres. “Voy a perder la cabeza por tu amor” o por la falta del mismo… si total, la cabeza siempre está y nunca está. Creo que no me explico, pero me daría flojera ahondar en el tema. Que la locura racional es la más peligrosa y cuerda de las locuras….
Siempre rodeada de hombres, como quien no quiere la cosa, pero sin queja alguna. Mi naturaleza de estudiar todo lo que las responsabilidades no ordenan estudiar me permitió reconocerlos, analizarlos y sacar mis propias conclusiones. Las mujeres estuvieron ahí también, por que no decirlo, pero siempre de paso. No aguanté jamás el sentimiento de no-pertenencia en el que me sumía si volvía de ellas algo más permanente. La condición de unicidad (tan poco única) salía a la luz cada vez que intentaba camuflarme en ellas. De chica hubieron muchas victorias, pero conforme pasaban los años perdí la habilidad del camuflaje. Aún hoy sigo en la constante práctica de juntarme a gente detestable para recuperar las habilidades camaleónicas. Hipocresía no es, sino un anhelo de pura diplomacia.
Con el cambio de etapas redescubro actitudes, regresa a mi el sabor de ese único verano lejos de casa y concentro en él todo lo que poseo (no nombro lo que poseo porque todavía no sé bien que es), regresan sentimientos deliciosos de temblores y me vuelvo la más ilusa de las ilusas, construyendo castillos donde ni pude pintar el cielo. Fue una etapa extraña, pero tan cambiante que la considero genial. Trajo consigo chicas problemáticas que decidieron adherirse a mi caparazón sintiendo que les daría algo totalmente necesario pero que aún no les he preguntado que fue. Trajeron sus problemas consigo (siempre tan generosas) y de pronto mi yo se traducía en apariencias de jueza de paz. Tratando de descifrar como librar a la gente buena del conflicto, sin dejar mal a la mala…. Y es que esa gente mala, al fin y al cabo, eran mis chicas. Fue exhaustivo en todos los sentidos, pero salimos todos bien parados de esa guerra. Cayó el verano y los líos que esta estación trae consigo son los mejores líos que existen.
Ellas me ayudaron a abrir los ojos a mil actitudes que siempre tuve pero que jamás hubiera podido poner bajo alguna etiqueta, entonces fui armando un boceto de quien era yo. A los chicos los dejé en segundo plano, siempre ahí, pero como buen caracol, yo sólo asomaba la cabeza entre ellos cuando me venía en gana. Pareciera que fue justo por eso que el cosmos decidió tomar cartas en el asunto y gritarme con piedras y lodo que ese no era mi sitio. Entonces las mujeres se fueron (primero una, después la otra) una vez más al lado oscuro. Lo que tomé de ellas no lo dejé ir y aún no pierdo la estupidísima esperanza de que vuelvan al menos una nochecita para recordar en una orgía los sabores que dejé plasmados en páginas pasadas. Si el complot global me impedía atrincherarme en el batallón de las féminas era por algo.
Pero los chicos, está vez, no vinieron tan chicos y mis análisis se vieron nublados por quemaduras de córnea provocadas por ellos mismos. Una real locura. Un tiempo tan breve como, a mi parecer, eterno. Tan dulce y nauseabundo como confuso. Que ya no sé si gané o perdí, porque nadie me ha aclarado si es que hubo alguna batalla.
Si es que el subibaja sigue en perfecto estado hasta hoy, es porque cada nuevo día me descubro otra frente cada persona que pasa por mi lado. Los malditos no quieren ayudarme en mi tarea de traducción del sentido de la propia vida y sólo concuerdan en jamás ponerse de acuerdo en cuanto a encasillarme se refiere.
Los reyes, ahora son otros; los problemas, también. Sólo yo sigo igualita, porque claro, nunca fui nada y fui todo, como la cabeza que está y no está al mismo tiempo. Entonces hoy no soy la que será mañana, pero si nos juntan a todas tal vez consigan un adjetivo para nombrarme. Si ese es el caso, pido por favor, lo reenvíen.
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