Tengo un rostro de madera tallada que nunca dulcifico, soy de un perfil severo, que si alguien viniese a pedirme un favor; se retiraría sin pronunciar palabra. Los gestos, me los ha tallado la vida. Cuando joven, para no ser victima de los atropellos y después, como escudo para defender a mis hijos. Sin embargo, dentro de mí, habitaba una niña que gustaba sobar el lomo a los animales, o correr tras la cometa y admirar el atardecer. Hoy, a mis ochenta años, la muerte duerme a mi lado y mis cuitas despiertan en mis labios, cada vez que sorbo el té…
A la mitad de mi vida, sólo un varón conoció mi interior. Así, cuando él llamaba por mi nombre se dirigía a la mujer dura. Si éste salía cantado y en diminutivo, le hablaba a la pequeña; y si lo decía en voz baja y susurrándolo, entonces comprendía que buscaba a la mujer.
En un tiempo lo amé, pero él tenía semillas de fuga, y tuve que olvidarlo. Las últimas veces que platicamos, le advertí que su presencia sólo sería atendida si dejaba tras la puerta su orla de sensualidad. Nunca replicó, sólo guardó silencio y la mirada se alejó, como buscando alguna explicación.
Cerré los ojos, y repetí que sería afortunada, si los hombres dejasen de rondar por mi vida. Ellos tienen más carne que espíritu: fuman, beben, son mujeriegos, torpes y en ocasiones estúpidos. Mi punto de desagrado crecía, si la insistencia llegaba al ruego. ¡No lo soporto! Yo nací para ser libre. Me decía.
Un día dejó de venir y fue la niña que vivía en mí, la que más sufrió con su ausencia. Mi vanidad también lo recordaba. Yo continué con mi vida, me cultivé, atendí mejor a los hijos y después a los nietos, viajé mucho y el tiempo pasó como un respiro.
Hoy llegó a mi memoria y dejé que fluyeran las imágenes como un tren que arriba a la estación con las puertas abiertas. Encontré selvas donde los helechos cambian la luz y la dispersan en cristales de colores haciendo que baile, como si cada canica de fosforescencia tuviese vida propia. Después me vi correr en la pradera; restregando con mi espalda la hierba mojada, como una yegua estremecida por el placer del retozo.
Hoy me pregunto, ¿sí lo seguía amando, por qué lo evité? ¿Para ser libre? A la luz de mis ochenta años, comprendo que fui yo quien lo alejó. “Si deseas estar a mi lado, sólo serás espíritu; cuando meses antes había sido su mujer” ¿Cómo puede estar un hombre contigo siendo sólo espíritu? Si él busca de ti una apertura que comience con un beso.
A esta edad, contemplo que mi saco de recuerdos está repleto de las travesuras de los hijos y mis nietos. Sin duda fui egoísta con mi corazón, o simplemente me negué a vivir... Hoy comprendo que la libertad es plena cuando tienes una persona que rebana el pan, mientras tú sirves el té.
|