Podría haberme sorprendido recibir una carta informando de la obtención de un suculento premio en la revista mensual que compraba mi padre, también que me dijeran que un meteorito había caído en Asia devastando un cuarto de la población mundial, pero, por extraño que parezca, no me sorprendió la llamada de la guardia civil indicando que te habían encontrado ahorcada colgando del puente peatonal que pasa por encima de la autopista. Y es que hace ya algún tiempo que habías muerto. El vacío se te metió dentro, quizás por aburrimiento, buscabas un motivo para estar triste o alegre, pero ni uno ni otro aparecían y un día te cansaste de buscar, sólo dejaste que el vacío te llenase y ese vacío te borró la memoria. En el reflejo de mi ventana, junto a la que yo me sentaba, te veía sentada en el filo de mi cama con una mirada vacía de los que buscan sin saber qué mientras yo me afanaba en leer el último libro que me había comprado. Lo mío era egoísmo, sí, pero ¿no es egoísmo también buscar solución a problemas que no se tienen y hacer que ésta vengo de los demás en lugar de conseguirla uno mismo? Al principio, me sentía mal, quería ayudarte, pero ni mis bromas ni mis historias absurdas conseguían distraer ese vacío tuyo que se iba haciendo grande por lo que opté por el camino más corto, el dejar que el vacío te devorase y mirar para otro lado para no salpicarme también de vacío.

Todos salíamos y entrábamos, buscábamos ocupaciones, retos, mientras tú sentada en el sofá, inmóvil y fría buscabas el modo de perderte.

Parece que finalmente lo encontraste; no voy a derramar ninguna lágrima porque tu vacío también se llevó ya hace tiempo las mías, sólo espero que hayas encontrado lo que buscabas al otro lado del espejo, que esa tosca cuerda mal anudada te haya dado lo que no quisiste buscar.