La idea de mi muerte me asaltó como algo tan natural. Tendría que ser por Semana Santa porque es por esas fechas es cuando la jacaranda del fondo del jardín tiende su alfombra de pequeñas flores lilas sobre el césped. Vestiría aquella falda de crepé ceñida a la cintura con la blusa de seda negra del cajón derecho de la cómoda. Me recogería el cabello para dejar ver la línea de mi cuello así como las perlas grises del día de mi boda. Escogería aquel libro, el favorito y una botella de Pinot Noir diluida con los narcóticos. Me sentaría bajo la jacaranda a disfrutar de la tarde y la lectura, bebiendo sorbo a sorbo la muerte tan esperada llegando con los últimos rayos malvas del atardecer…
-Manuela, Manuela Manuelaaaaaaa. Otra vez te me has escapado. ¿Dónde estas ahora? Te tengo aquí entre mis brazos pero no estas, te me vas…-
Los gritos de aquella figura abotagada que me sostenía me arrojaron de nuevo a mi viejo departamento de la colonia Roma donde no había jardín, ni jacaranda, ni blusa de seda o lujos. Las mismas cuatro paredes de hace treinta años con el papel tapiz amarillento de cuando llegamos con tantas ilusiones Fernando y yo. Me solté de los brazos de aquel hombre y caminé hacia el espejo.
- ¿Qué mas puedo hacer para que me mires? Por más que intento encontrarme contigo te me escapas, aún cuando te tengo frente a mi no estoy seguro que estés aquí.-
Me miro en el espejo y no logró reconocer la imagen devuelta, esa figura marchita del espejo no puede ser yo, el cabello lleno de hilos plateados, las arrugas en el rostro. Toco el espejo para comprobar que la imagen esta ahí. Me miro las manos y las paso por mi rostro para encontrarme con esta otra Manuela, la presente en este momento mas no la que soy. Tomo un sorbo del jerez sobre la mesa de café y me desplomo en el sofá con el peso de los años.
Observo compasiva la figura abotagada del love seat que me mira con desesperanza. Los pliegues de las arrugas, el tono amarillento de la piel seca, la pelusa blancuzca donde presumiblemente hubo cabello, el vientre abultado y la pesadez de cada movimiento. Además de sus ojos nublados. ¿Cómo quiere hacerme creer que él es Fernando? Mi Fernando, recuerdo cuando me encontré por primera vez con su mirada en la casa de mi prima Laura, en ese entonces tenía quince años y él no era mucho mayor alrededor de dieciocho, tomó mi carné y lo llenó todo con su letra clarita Fernando Sotelo. Bailamos toda la tarde y después nos paseamos por el jardín, Laura no me hablo como por una semana de lo verde de envidia que estaba, un Sotelo se había fijado en mí. Mi Fernando de ojos negros, alto, delgado no pude dejar de verlo desde que toda temblorosa tomó mi mano para bailar al compás de las notas de swing de la banda.
-Manuela ¿Dónde estarás ahora? ¿Qué nuevo lugar habrás encontrado para huir? Acaso te es tan difícil entender que eres tú la del problema y que al escaparte tus fantasmas te siguen a donde decidas ir. Manuela sólo soy yo, mirándote y teniéndote sin tenerte desde hace tanto. Como quisiera que te detuvieras un momento de tu huida y me mirases a los ojos para encontrarte de nuevo. Sólo te tengo a ti y estoy tan solo porque no te tengo, porque no me escuchas, porque te has vuelto un objeto más de la casa que se nos cae a pedazos con el peso añadido de los años en este infierno donde te sostengo y tú te me escapas del momento presente y de los que le suceden. No puedo detenerte aún en brazos y la rutina de este diálogo interminable contigo que se ha vuelto un monólogo. Si tan sólo te tuviera por un momento.-
Aún recuerdo cuando elegimos el departamento cerca de casa de mis padres. Él obtuvo un puesto en una de las agencias de gobierno y yo arreglé la casa igualita a una de esas fotos en Vanidades que comencé a coleccionar cuando nos comprometimos, me arreglaba el pelo como las modelos que me sonreían desde la portada y él era mi Cary Grant.
Hacíamos fiestas en el living y salíamos a pasear los domingos a la Alameda tomados del brazo después pasábamos a tomar un helado a la nevería Roxy como un par de chiquillos. Recuerdo que al llegar a casa Fernando me tomaba de la cintura y bailábamos sin música al compás de aquellas notas de swing de la primera vez.
-Estoy tan cansado de esta discusión inútil que tengo conmigo mismo, de la repetición absoluta. De encontrarme con la casa vacía a mí vuelta de la oficina aún cuando estés presente. Estoy cansado de recoger los pedazos de vida que se desmoronan a tu paso. Manuela, si tan sólo te detuvieses un momento y pudieras mirarnos desde la realidad y no desde la distancia desde ese punto paralelo que creaste.-
Me levanto y prendo un cigarrillo mentolado no podría fumar otra cosa, me siento junto aquel hombre que insiste en ser Fernando. Paso las mano por su rostro, él me toma de mano y me habla en un lenguaje que no entiendo sólo siento su desesperación, se la lleva a los labios como Fernando solía hacer. Lo miro a los ojos e intento reconocer lo que hay detrás de sus ojos apagados, grisáceos. Sonríe con mi mano aún en los labios, le sonrío de vuelta. Sólo atino a decir en una voz que no encuentro mía – ¿Fernando? -
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