Te eché una larga mirada esperando que esta vez me notaras. Pero te me escurriste entre el pasar de la gente y como siempre no notaste mi presencia. Me siento aquí en la misma mesa de los martes esperando tu inevitable llegada. Apareces a las cinco por la puerta principal, vestida de azul. Hojeas algunos libros y tus pulseras tintinean a cada paso. Te espero desde aquél día en que llegué al lugar buscando refugio de la lluvia, tú te cubrías con un periódico y me sonreíste, me dijiste –aquí hacen muy buen café- y saliste del lugar sin prisa caminando entre la lluvia. Yo quedé hipnotizado mirando tu belleza mestiza fluyendo como río, como parte de la misma lluvia de la cual yo me refugiaba. Después de unas cuantas preguntas y de repartir unos cuantos billetes supe que eras una regular del Cenote Azul lugar que solían frecuentar los estudiantes de letras de la Universidad, que vivías por Copilco, que vendías joyería para sostener tus estudios y que eras de Veracruz. Me dijeron que por lo regular te encontraría los martes cuando recogías el semanario del Cenote donde venían todos los eventos alternativos a la vida académica. Así llegaba yo puntual a nuestra cita esperando verte.
Mi Lucía azul de los martes, que lejos me habías llevado ya de mis lugares conocidos…
Tomaste el semanario, te sentaste en una mesa cercana, pediste una infusión de jamaica y sonreíste con desenfado inundando el lugar con tu presencia, con ese rastro de flores recién cortadas que dejas a tu paso.
No notaste las miradas que se posaban sobre ti, no sólo mis ojos recorrían la curvatura de tu cuello para detenerse en el botón desabrochado de la blusa dónde empezaba el escote. A mi me gusta mirar tu gesto distraído, cómo miras a la persona con quien hablas a los ojos como si no hubiese nadie más, no sólo en la habitación, en el mundo entero, cómo logras tocar a las personas con una sola mirada, como me miraste a mi y no he podido desprenderme de ese instante . Me gusta verte en tu cotidianeidad tan alejada de mis lugares comunes, tan inalcanzable… Y a la vez tan cercana que podría tocarte si caminara unos cuantos pasos.
Pones los codos sobre la mesa y sonríes sobre el semanario, sacas tu pluma y comienzas tus anotaciones. Me cautiva tu desenfado, esa manera de ser tú que no había encontrado en nadie más. Me pierdo de nuevo en tu sonrisa, luego sigo el cuello, miro el reloj otra vez se me ha hecho tarde. Pienso marcharme y volver otro martes, Martha no me perdonará llegar tarde de nuevo.
La semana pasada la dejé con los boletos del cine comprados. -Me detuvieron en el despacho…- le mentí, Martha quitó el gesto de enojo y aceptó las rosas que le ofrecía para cubrir mi mentira. Ahora cuando la miró te buscó en cada gesto. Que lejos estas tú de lo conveniente.
No logré levantarme de la silla hasta que tú lo hiciste, ya entenderá, siempre esta el visitado pretexto del trabajo… -Ya sabes el ingeniero…- dejé una buena propina en la mesa y me apresuré a la salida para darte una última mirada y tal vez tener un leve roce de tu brazo en la puerta. Nos encontramos en la puerta, me miraste y dijiste: -Nos vemos la semana que viene…- me pusiste la mano sobre el hombro como a un viejo amigo, sonreíste y te echaste a andar, Lucía azul de los martes, mientras me quedo petrificado en la acera…
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